VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


¡ALLÁ VOY!

Víctor Salgado Ferreiro

No he podido pegar ojo en toda la noche.
— ¡Descansa antes del encierro, chaval! La carrera será corta pero intensa —me aconsejó el socio más jaranero de mi peña, protagonista, a su vez, del Chupinazo de este año.
Aturdido por las charangas y el gentío, te sientes arropado y disimulas el miedo hasta que llega la noche. Entonces, con la oscuridad y el silencio, afloran las dudas: ¿estaré a la altura?
Me han preparado a conciencia. Repaso mentalmente el recorrido. Muy rápido el primer tramo por Santo Domingo, avistaré la calle Mercaderes al límite de mis fuerzas, sentiré arder mi pecho sobre la calle Estafeta que conduce al callejón del coso taurino… Si me mantengo firme y aguanto la presión hasta el final, cuando vislumbre la Plaza de Toros de Pamplona, estallaré de gozo en mil pedazos.
No hay marcha atrás. Tiemblo imaginando a los morlacos siguiendo mi estela. Tengo seca la garganta y el pañuelo más rojo que nunca, incandescente. ¡Allá voy!
Son mis primeros Sanfermines. También serán los últimos. Pese a ello, no cambio este momento por nada del mundo. Pocos cohetes hemos tenido el honor de ser elegidos para anunciar el comienzo del primer encierro de San Fermín.
 

SF

Carlos Velázquez Goya

Algunos todavía recuerdan que llegaron a correr sólo por verse en los periódicos. No eran pocos los que se emocionaban al reconocerse en una portada. Después, con la televisión retransmitiendo en directo, todo empezó a cambiar. Se hizo más grande. Podían verte en cualquier rincón del mundo, el mismo día, haciendo lo que cualquiera soñaba con intentar. Cualquiera que quisiera jugarse la vida, por supuesto. Cuentan que empezaron a llegar corredores de todas partes. Unos porque podían y los demás porque algo sentían, pero todos para recordar que un día estuvieron allí. Para probar su valor y para contarlo también, pero igual de cierto es que nadie corría de incógnito. Prohibieron entonces las carreras con una cámara encima. Demasiado peligroso, fue la única explicación. Así que cuando aparecieron las nanocámaras indetectables y la red fue capaz de digerir tanta información, muchos dijeron que la fiesta había llegado a su fin. Se llenará de inconscientes, anunciaron. Pero fue precisamente al revés. Porque sí, todo cambió con la realidad virtual compartida y la polémica autorización de los divodroides (aceptados mientras corrieran de blanco y rojo), pero nada como descubrir que eso que tantos buscaban era que les pillase el toro en la intimidad de su dormitorio. 

UNA LARGA ESPERA

Amaia Lizarraga Rivas

Tengo la boca seca y los músculos entumecidos. Abrir los ojos no ha sido tarea fácil. Otra vez esa sensación de haber estado en esa misma posición durante muchísimo tiempo. Un coma de 364 días. Poco a poco voy situándome y empiezo a recordar quién soy, por qué estoy aquí. Empieza ese placentero hormigueo por mi cuerpo. Oigo desde aquí un murmullo de alegría que proviene de la calle. 6 de julio, serán las once, cada vez el buen humor contagia más la emoción de lo que promete ser una buena fiesta. Yo sigo a lo mío haciendo cálculos, me falta realmente poco para volver a veros a todos. Puedo oler el blanco y rojo. Ha debido ser ya el chupinazo, me llegan las buenas vibraciones de ahí fuera. Me queda muy poco para volver a ver la luz. Para llorar de emoción, para vivir de vuestra ilusión. 7 de julio, ya está. Puedo intuir vuestros nervios al veros las caras, siento como estrujáis el periódico en vuestras manos. Desde aquí os vigilo, os protejo. Tras este aperitivo, llega mi momento. Diez de la mañana, envuelto por la Pamplonesa me pasean por las calles de la ciudad y veo vuestras caras de nuevo.