VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


EL BAILARIN DE LA GIGANTA

Manuel Eraso Martinez

Una excelente mañana para bailar a los gigantes pensó Martin. El era quien conducía a la reina europea.
Se casaba el ultimo día de san Fermin y era feliz.
La ventanita le permitió ver a Eva besando a un americano. La reina no bailo aquel día. 

PAMPLONA 2037

Ignacio Cortina Revilla

Los astados corrían entre la multitud vociferante, en línea recta, directos hacia la plaza. El gentío que se acumulaba a lo largo del recorrido jaleaba a los corredores, mientras contemplaba el paso del grupo de animales a toda velocidad.
Patrick, un típico chico inglés, pelirrojo y delgado como una varilla de un paraguas, corría justo por delante del toro que marchaba en último lugar. La res se había quedado un poco rezagada en la última curva y constituía un gran peligro para el resto de participantes. Patrick, mordido por la adrenalina, corría a escasos dos metros de las puntiagudas astas, brillantes y listas para embestir al primer irresponsable que se cruzara en el camino del bicho de quinientos kilos. Casi sin darse cuenta, miró de reojo y descubrió, en un ataque de pánico, que tenía al animal encima. El asta derecha, de un extraño color azul eléctrico, apareció de la nada y lo embistió con una fuerza terrible.
Automáticamente, fue expulsado de la aplicación de realidad virtual, siendo eliminado de la carrera, y se encontró de nuevo en la butaca del salón de su casa. Maldijo su suerte, pero seguro que el próximo año conseguía llegar hasta la plaza.
 

ENCUENTRO EN LA FIESTA DE SAN FERMÍN

Jose Luis Najenson Topolevsky

ENCUENTRO EN LA FIESTA DE SAN FERMÍN

Hemingway y Borges se encontraron casualmente en Pamplona, un seis de julio al mediodía, años ha. Luego del “chupinazo”, los toritos arrasaban por la calzada de Santo Domingo.

– ¿Cómo está, Don Ernesto? Soy yo, Borges.¿Le gusta la encerrona?
– Amo el peligro, aroma del riesgo.
– Yo vivo “encerrado” en las bibliotecas. Pero intuyo que sólo es valiente quien ha tenido miedo.
– No lo creo. Se es valeroso o cobarde, sin términos medios.
– Sólo dije que para ser valiente hay que haber sentido, antes, miedo. Ambas caras de la moneda, como decían los herméticos.
– Yo nunca tuve miedo, ni tendré.

Y diciendo esto, se lanzó a correr con los toros a sus talones.
Entonces, un novillo rezagado tumbó el cerco tras el cual estaba Borges. La gente huyó y Borges se quedó allí, tieso, solo y sobrecogido por el temor. Después, sin saber de dónde le venía el valor, marchó delante del torito, mientras éste lo seguía como un cordero. Hemingway, que regresaba y había visto toda la escena, le dijo:

– Parecía Usted un mago, un taumaturgo. ¿Tuvo miedo, Sr. Borges?
– Sí, gracias a Dios -repuso