VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA NEVADA DE CADA 6 DE JULIO

Juanma Velasco Centelles

Yo no soy de Pamplona. Ellos tampoco. Ni siquiera he estado en Navarra durante mis cuarenta años de travesía vital. Ellos tampoco. Hay pecados para los que no existe absolución. Pero sí penitencia. En ella estamos. Libremente autoimpuesta.
Somos cuatro. Nos une una de esas amistades irremediables. Los cuatro con idéntico pecado. Viajamos por primera hacia el sonido más enervante de toda la cristiandad: el Chupinazo.
Se nos aprecia a los cuatro un ondear de sangre adolescente por el tendido de nuestra expectación.
Estamos cerca. Almorzados, cósmicos, charlatanes, níveos de una indumentaria con incrustaciones rojas con la que buscamos mimetizarnos en ese océano de cuerpos que suponemos, que imaginamos.
Viajamos a la velocidad de un diesel pero parece como si lo hiciésemos a la de la luz. Hacía muchos cometas que no nos sentíamos tan próximos a nosotros mismos.
Pamplona al fin. Un circular de rondas a avenidas, de avenidas a calles. Un ir descubriendo que sí, que van a ser las doce y está nevando. Copiosamente. Los copos tienen una silueta humanizada.. Lejos de caer con mansedumbre, revolotean ruidosos hasta cuajar una plaza reducida pero inmensa en la que la sangre de San Fermín se licúa cada año hasta decorar todos los cuellos.
 

TRES GENERACIONES

Miguel Santos Caballero

Matilda se sentía cómoda en su condición de abuela y era un referente para su familia, que regentaba un horno desde hacía muchas generaciones en Pamplona. Aquella mañana, se levantó, junto a su marido, más temprano de lo habitual, porque no era un día cualquiera. El desayuno estaba casi listo, cuando emergieron en la puerta de la cocina, dos sombras: su hijo y su único nieto. Ambos se acomodaron alrededor de la mesa y los cuatro empezaron a saborear tan dulce festín. Al acabar, su marido, su hijo y su nieto, todos engalanados de blanco y rojo, se dirigieron a la calle. Matilda no pudo retener las lágrimas que brotaban de sus cansados ojos y abrazó con fuerza a su nieto. Posteriormente, los vio alejarse camino arriba, hacia la calle de la Estafeta. Los tres caminaban a buen ritmo. Tres generaciones unidas por un mismo sentimiento, por una misma tradición y sobre todo, por una misma ilusión en perpetuar las Fiestas. Un momento para recordar siempre. Era el cumpleaños de su nieto, donde alcanzaba la mayoría de edad, pero no era el DNI que lo ungía en esa condición, sino el enfrentarse por primera vez a la pasión que brotaba de los encierros. 

CORNADAS DE REALIDAD (VIRTUAL)

Sebastián Manuel Barranco Ledo

“Un encierro más y lo dejo”, se engaña a sí mismo el mozo.

Lo ha mamado desde pequeño. Cuántas veces castigado por perder el cuaderno del colegio al salir de San Francisco. “Valía” que era un periódico, mientras sus amigos le perseguían con los índices a cada lado de la frente.

Ya no es un niño y las obligaciones han crecido, pero las olvida al oír el segundo cohete. La onda expansiva recorre su cuerpo llenándolo de energía.

Ha elegido atravesar el umbral ante el que terminaban los juegos de infancia. Consciente de que es el tramo más concurrido, se sumerge en la marea de corredores esperando coger la ola buena que le lleve hasta la arena.

Se impulsa, esquiva, acelera. Gana la posición. En el callejón, no existen encima, izquierda ni derecha. Atrás no es una opción. Sólo hay adelante.

Alcanza el albero y se aparta a un lado, bañado de nuevo por el sol.

Entre aplausos, escucha la voz de su madre: “Hijo, deja de jugar con las gafas de realidad virtual. Así no vas a sacar nunca la carrera”

A desgana, el mozo vuelve al estudio. Desde que están prohibidos los encierros, no le encuentra aliciente al mes de julio.