VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA FIESTA DE CASI TODOS

Jon Aramendía Huarte

No; no forma parte de esta fiesta. No como los demás. Su atuendo inmaculado y el pañuelo rojo que rodea su cuello, solo le convierte en una curiosidad que inspira cierto folclore de ultramar. Camina con cuidado con sus baratijas de colores exagerados entre la gente que forma borbotones. Algunos le sonríen breves, sin apenas mirarle. Sin reconocerle pese a su continua y respetuosa insistencia.
A ratos, se rinde y extravía la derrota entre los vasos sucios del suelo. Su silencio se pierde en el bullicio, su pena se ahoga entre tanta alegría que no menosprecia ni puede atesorar. Vistoso e invisible a un tiempo, lucha por desprenderse de una flaqueza que crece con los días. Respira profundo y ofrece de nuevo a cada paso, una cortesía reverente que hiere su orgullo y el de sus antepasados. Solamente en la sonrisa de una niña pequeñita, que le mira con curiosidad ofreciéndole su helado, encuentra consuelo. Sus ojos oscuros e inocentes resucitan los motivos que le apuntalan. Corresponde a su generosidad temprana con un diminuto elefante de la suerte, que sus padres rechazan compasivos, y continúa con su deambular marchito.

 

REGALO ABRAZOS

Patxi Garro Ainzua

El follón en la calle era enorme. Los músicos de la Pamplonesa tocaban una y otra vez la misma canción y todo el mundo saltaba, cantaba y se sometía a un ejercicio de éxtasis colectivo en el que los sentimientos, muchos de ellos provocados por el alcohol, dejaban salir al juerguista enquistado en nuestro interior durante buena parte del año. La fiesta estaba ahí. De repente, me vi dentro de una película e, instintivamente, comencé a analizar a los figurantes en la escena. Los actores principales eran los músicos y los mozos que bailaban a su alrededor, una masa infinita, juerguista y embriagadoramente controlada. Los políticos que encabezaban la comitiva eran los actores secundarios, aunque a ellos se les había dicho que se llevarían los mejores planos mientras la acción se desarrollaba en otra parte. Las fuerzas de seguridad eran, como suele pasar en estos casos, innecesarias aunque su pretensión fuera la de adquirir protagonismo. Pero los que de verdad sobraban en la escena eran una pareja de jóvenes en medio de la multitud con unos carteles que decían: “Regalo abrazos”. ¿Abrazos en San Fermín? Tal vez sea eso lo que se necesita en esta ciudad el resto del año, pensé, y seguí bailando. 

A LA SOMBRA DE ERNEST.

Fernando Javier Luis Baglietto González

Quise quedar con mis hijos en la entrada de la plaza y allí se encontraba la escultura hecha para Ernest por el que puse el nombre a mi hijo. Leía sus obras ávidamente y mi mujer y yo decidimos dar nombre al peque, después de visitar y dormir en su habitación en la Perla y después de ver pasar los toros sorbiendo poco a poco su bebida preferida que te hería el hígado como una estocada, nos encontrábamos esperando en la fría piedra sentados Margha y yo, Ernest y Sarah querían correr los astados y nosotros temblábamos, mi culo intranquilo esperaba la explosión de la plaza y pegados a radio Navarra oíamos las calaveradas que los corredores hacían, aquellos momentos eternos hacían que el corazón fuese como una bala y esperábamos la orden de quietos¡. Cuando sonó la explosión de salida que oímos todos empecé a contar los segundos y aquello no acababa nunca, por mi pensamiento pasaban escenas que había visto el cuerno levantando un cuerpo y lanzándolo hacia la barrera. Los asistentes sanitarios galopando para llegar al hospital, y el toro sajando uno tras otro los cuerpos jóvenes. El presentador dio la enhorabuena por la velocidad de la carrera a la manada