VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


EL ENCIERRO DE QUEENSTOWN

Hermes Prous Collado

Abandonado en el altar en el último momento es como se encontraba Michael Hampton con aquel billete en la mano. ¿A dónde iría?

Lo más lejos posible. Así que se fue a las Antípodas. Eso era más o menos, por España. Famosa por… bueno, Michael nunca fue un gran jugador de Trivial. Lo suyo era esquilar ovejas y quedar como un tonto en su boda.

Así que Michael acabó en Pamplona para los San Fermines. Aquellas calles de piedra llenas de gentío no se parecían en nada a Queenstown. Hampton quedó fascinado ante aquella fiesta. En su eterna ebriedad le prometió a San Fermín que haría dos cosas al volver a su casa.

Michael quien llegó a correr en dos encierros; en el primero corría detrás del toro y en el segundo… del segundo, aún hoy, no sabe que es lo que pasó. Fue el único participante austral que no fue herido. Todo un logro.

Al volver a Queenstown, vomitó todo el alcohol acumulado encima de su antigua prometida y creó unos encierros locales. Cumpliendo con San Fermín.

Esta claro que cuando la materia prima son las ovejas, no tiene el mismo aliciente, pero es mucho más seguro para los borrachos australes como él.
 

LA HERMANA

Mª Carmen Oliver Abadias

LA HERMANA

Marisa desde el corazón del Txantrea, a San Fermín lo siente distante, abúlico y ligero de cascos. ¿O es ella que rezuma soledad?
Sola, es la palabra, sola porque su padre ha muerto hace unos meses, sola porque no se ha emparejado y ha dejado pasar muchos Sanfermines a la sopa boba como mera asistente del chupinazo en un balcón del Ayuntamiento y como espectadora de los encierros entre el gentío. Al tiempo, revive a una emocionada niña que con mucha alegría y toneladas de ansiedad acompañaba a los gigantes y cabezudos, “los Kilili ¡qué malos eran! Aún me duelen los latigazos que alguna vez me propinaron”.
Siete de julio y tengo una hermana desconocida que ignoré cuando intentó acercárseme. ¡Vaya cabrona! ¿Qué pretendía?
Mi padre, borrachín de mierda, vomito tras vomito, noche tras noche, antes de que yo naciera, había seducido y abandonado a otra mujer y a su hija, como me he abandonado yo esta noche, en la antesala de los sueños y la he reconocido en la fila del mostrador de “Información y Turismo” del Consistorio. Éramos como dos gotas de agua gemelas y atemporales. Me dirigí a ella, “soy Marisa” y nos fundimos en un abrazo.
 

UN AQUILES EN PLAMPONA

Mabel González Vásquez

Ya lo había corneado la vida por todos los flancos posibles: hipoteca, impuestos, inflación, el cáncer materno, el alzheimer paterno, vecinos impertinentes, madrina estafadora, hermano pródigo y adicto, prima abusadora, jefe desconsiderado, tías vividoras e infieles, etc.
Después de releer a Hemingway, tomó una decisión que le inyectaría un poco de humor consciente a su peculiar existencia. Sólo unas puntas no habían lacerado su vapuleada humanidad: las de un toro. ¿Qué perdería?… ¿Un poco de sangre?… Si los vampiros de la sociedad ya se la habían succionado casi toda, «saborear» unas gotas de su AB+ sería una experiencia absolutamente voluntaria… ¿Entonces?
El chupinazo desató la euforia de perseguidores y perseguidos. Ni el héroe griego (el de pies ligeros) hubiera superado su inopinada velocidad. En la plaza, el recalcitrante sudor le recordó que estaba vivo. Su sangre hervía -intacta- por sus venas. Esos escasos minutos de gloria invisible le devolvieron su autoestima. De pronto, la tirana que subyuga la voluntad de príncipes y mendigos, lo dominó ardorosamente; el hambre fustigó con creces su júbilo, y le ordenó -ipso facto- la ingestión de una suculenta tortilla.
Al día siguiente, inmerso en aquel ejército de legumbres blancas, experimentaría -nuevamente- su anónima celebridad.
-«¡Ratón! ¡Ratón!… ¡Aquí estoy!».