X Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


UN DÍA DE JULIO

Gabriel Estañ Cerezo

Amanece Pamplona el seis de julio. Sopla una suave brisa y va cogiendo ritmo un sol que da vida. La villa entera despierta expectante. Acoge a amantes de las fiestas, mujeres y hombres, llegados desde muchos rincones. Tanto cercanos como lejanos. Pero, ante San Fermín, todos hermanados. Dispuestos a vivir la semana grande pamplonica. Caminan, vestidos de blanco y rojo, por las orillas del río Arga. Se dirigen paso a paso hacia la plaza Consistorial que se va llenando por minutos. El ambiente es cada vez más contagioso.
Mientras, en el balcón se asoman felices, un poco nerviosos. La fiesta está a punto de comenzar. En la plaza millares de pañuelos rojos se alzan. Los músicos desde el primer balcón comienzan tocar. El redoble y el rasgar de los instrumentos de viento tocan el corazón de los hombres y mujeres presentes. En el segundo balcón, también los pañuelos se levantan.
Una mujer se acerca al metálico instrumento que ha de hacer retumbar su voz. Navarra entera pendiente de ese gesto. “Pamplonesas, pamploneses” comienza. Su voz se mezcla con los gritos de alegría que surgen de la plaza. El txupinazo es lanzado y empiezan las mejores doscientas cuatro horas de Pamplona. ¡Viva San Fermín!
 

ENCIERRO

Jose Antonio Santos Rodriguez

Vine a Pamplona desde el Caribe, ansioso por hacer realidad un viejo sueño: correr delante de una manada de toros. En la mañana del siete de julio tomé la calle, vestido con camisa roja, pantalón blanco y zapatillas. Era el inicio de las festividades de San Fermín y estaba dispuesto a participar hasta el final. Me sentía cómodo y ágil para recorrer los más de ochocientos metros en tres minutos. Antes de comenzar el encierro, eché otro vistazo a la ruta que terminaba en la plaza. Cerca de allí tuve la mejor lección de mi vida.
En el corralillo había un toro muy negro, distinguido por un lucero blanco en la cabeza y cuernos retorcidos. Los ojos le brillaban y aproveché para aumentar su ira con gestos groseros. Desde que emprendimos la carrera se me aproximó tanto que podía percibir sus resoplidos en mis glúteos.
Caí bocabajo antes de llegar a la plaza. El tauro me rozó con las puntas y pensé: “ahí viene la embestida”. Esperé aterrorizado mientras escuchaba su respiración. Hizo un ademán de repugnancia y regurgitó un bocado verdoso sobre mí. Luego, partió raudo, alejándose del hedor de mis heces.
 

DOCTOR MADE IN SAN FERMÍN

Carlos Sanz Matesanz

Tenía dos pasiones. La medicina, esa profesión tan complicada pero que amaba desde la niñez. Y San Fermín, esa festividad que amaba desde antes de la niñez.
No concebía la vida sin una de ellas. De hecho, gracias a hacer símiles de medicina con lo que acontece durante San Fermín conseguí licenciarme. Me explico: a los mozos los comparé con glóbulos blancos o rojos, según la necesidad. Las calles eran las venas y arterias, lógicamente. Los tapones que alguna vez se forman en los encierros son coágulos sanguíneos. Los mozos que molestan en vez de guiar a la manada son peligrosos como el colesterol malo. La plaza de toros y del ayuntamiento, el corazón y el cerebro que pone todo en funcionamiento. La diversión es como los pulmones; sin diversión la fiesta se ahoga. Las fuerzas de seguridad hacen las funciones de anticuerpos o aparato excretor, defendiendo o filtrando situaciones tóxicas. Los toros me recordaban a los espermatozoides, gracias a sus carreras se reproduce la fama mundialmente. Y así formé multitud de comparaciones que me ayudaron a aprobar.
Al final, la fiesta de San Fermín me hizo ser médico. Y gracias a eso, ahora, puedo atender a las personas necesitadas durante la fiesta.