EL CANASTO
Alberto Oroz Valencia
La idea fue el amigo Jotas
La tarde del día 9, nos tocaron entradas para la corrida de toros.
En la Jarana, nuestra Peña, se repartían las entradas por riguroso orden.
Teníamos muchos abonos, pero no suficientes para todos. Había que sortear.
Tuvimos suerte. Antonio Ordoñez, nuestro ídolo, lidiaría los Victorinos.
Diego Puerta y Paco Camino completaban la terna.
También quiso la suerte que nosotros lleváramos el gran cesto repleto de bocadillos.
Concluida la corrida, con el cesto casi vacío volvimos a la Peña.
Antes de guardarlo quisimos saludar a unos amigos de Dax que nos esperaban en el Evaristo. Ante la imposibilidad de entrar con una vasija tan voluminosa, lo dejamos en la calle, junto a la puerta de la Peña. Si había suerte algún socio lo subiría.
¡Sorpresa!. Cuando media hora más tarde salimos del bar, el cesto estaba en el mismo lugar, pero con una buena cantidad de monedas que los amables transeúntes fueron depositando para los mendigos de la Jarana.
J.J. rápidamente _dijo: Esta mina hay que explotarla.
Seguimos toda la tarde dejando el cesto en la puerta de los bares, y, al día siguiente nos sobró para invitar a los franceses y dejar una buena propina en el Otano.
CORRER EL ENCIERRO (AÑO 1955 ?)
Emilio Guibert Navaz
Ser de Pamplona de toda la vida (PTV) y no haber corrido nunca el encierro, sería un baldón.
Así, año tras año, intentándolo y sin conseguirlo. Por fín, llegó.
Siempre ocurría los mismo: hacia las 3 de la mañana, unas ganas enormes de irse a dormir, siempre con la intención de madrugar y correr el encierro.
De aquel día, no pasaría. Dos decididos de la cuadrilla resolvieron aguantar toda la noche en la calle, sin retirarse, hasta que amaneciera. Y allí estuvieron -en la estatua de los Fueros- horas interminables mirando el reloj, que apenas avanzaba.
Corrí yo en la calle Estafeta, iniciando el chupinazo en Mercaderes. Curva de la estafeta. Pasan corredores “a toda pastilla”. Giran los toros. Algo ha pasado: un grito desgarrador y al unísono de las mujeres desde los balcones, me hiela la sangre. Oigo los cencerros cada vez mas cerca, en un “increscendo” paralizante.¡Ya llegan! Miro para atrás. ¡Clón, clón…! Aprieto el paso. Se me cae un torazo -negro y enorme- a mis piés, al tropezarse en la acera, a donde me orillé corriendo, para que no me pillara.
Cuando todo había terminado, aprecié lo qué era tener “la boca seca como un estropajo”.
LA CORRIDA DE LAS 6
Blanca Oteiza Corujo
Herido de muerte busco una sombra donde descansar bajo este sol de principios de julio. Entre mis brazos anhelo los tuyos que ya no tengo y los besos perdidos que se han ido.
En el ruedo, a estas horas sobre la arena, el toro se debate entre la vida y la muerte. Sentado sobre el césped de la Ciudadela arruino mi tarde en solitaria compañía que contrasta con el bullicio de la plaza.
Con el pañuelico aún en el cuello aparecen las primeras lágrimas del recuerdo. Las tardes en tu casa con el balcón a Mercaderes. Las contraventanas abiertas y en el coso la merienda. Sobre la cama dos cuerpos enlazados, jadeando el tendido pidiendo trofeo, se abre la puerta grande.
Pero los sueños acabaron y la lluvia de mis ojos me devuelve al presente en rojo y blanco.