» NUESTRO MOMENTICO»
Elma Saiz Delgado
Había prometido a mi padre que llegaría a tiempo para ver juntos el encierro.
Desde que falleció mamá, era una de las pocas cosas que le gustaba hacer y aunque permaneciera en silencio durante los 875 metros, un brillo en su mirada, dejaba al descubierto sus recuerdos.
Esa mañana, el tiempo se me estaba echando encima y aceleré el paso para poder llevarle churros de la Mañueta.
Sabía que haría una mueca al verlos, poniendo como excusa su colesterol, aunque ambos sabíamos que lo que pesaba eran las pocas ganas de nada que tenía desde aquel día.
Para ser las 6.45 de un 7 de julio, la temperatura, era ya alta. De fondo se oían las Dianas.
La noche había sido larga, una calurosa noche de sábado sanferminera; yo, saliente de un turno que no había sido especialmente duro, aunque, a última hora, una torcedura de tobillo de una turista Australiana, en chancletas por la Estafeta, me había entretenido en el hospital.
Esperé a que los seis toros entraran en los corrales, esperé al parte tranquilizador de Cruz Roja y se lo dije, “” Papá, ¿ querrás acompañarme el año que viene a llevar a tu nieto a saludar a Caravinagre? Estoy embarazada”.
MIKHA
Francisco ángel Noreña
Acabando las fiestas de San Fermín abandoné a mi pobre madre enferma al cuidado de mis hermanas menores. Soy fea de cara, de cuerpo extraño y de costumbres anticuadas. Salí de casa cargando una valija con la ropa y sin un céntimo en el bolsillo de la falda. Y ante mí se mostró un largo y extraño camino. Tiempo ya que intento atravesar la divisoria línea fronteriza entre mi pasado y mi presente, imaginarios países de mi inexorable existencia, cuando por fin logre cruzar esta dolorosa línea seré libre.
EL CHUPINAZO
Juan Lorenzo Collado Gómez
El corazón le late apresurado. Ya es seis de julio y en la plaza no cabe ni el aire para respirar. El calor es agobiante y Antón se pone el pañuelo rojo.
-Es una pena no disponer de un poco de vino para que esté todo completo.
Mira su ropa blanca y aprieta un poco el nudo del pañuelo con el bordado de San Fermín que será su amuleto, aunque no pueda correr mañana delante de los toros.
Entonces recuerda la oración y, mientras espera, la entona: “A San Fermín pedimos/ por ser nuestro patrón…”
El recuerdo hace que el corazón sea un explosivo emocionado que casi le impide respirar.
Son las doce y está todo preparado para el Chupinazo. Brotan las lágrimas de sus ojos. Recuerda a los amigos, las carreras, los toros, los pinchos, la peña…
El corazón explota junto con el cohete que marca el inicio de las fiestas.
La enfermera entra corriendo en la habitación, alertada por el pitido de la máquina que vigila la cardiopatía de Antón. Detrás todo un equipo de médicos y algún familiar que veían el disparo del Chupinazo fuera de la habitación para no molestar al enfermo que suponían durmiendo.