X Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


GAFES DEL OFICIO

Julia San Miguel Martos

Me sentía cansada y decidí que las doscientas cuatro horas que duraban las fiestas me las tomaría este año como unas vacaciones. Pero al final solo aguanté dos minutos, eternos, eso sí, pero solo dos, los que duró el primer encierro. Conociéndome, ni yo misma creía que fuera a ser capaz de conseguirlo. Me hice el firme propósito. Y juro que lo intenté. Escuché con fervor y entoné por tres veces la plegaria de los corredores delante de la hornacina del santo, junto a los corralillos, antes de que sonara el cohete que daba comienzo a la carrera. Recorrí los doscientos ochenta metros de la cuesta de Santo Domingo sin pestañear, giré en Mercaderes y esos cien metros se me pasaron como un suspiro hasta llegar al ángulo de noventa grados donde los toros resbalan y se despanzurran por el suelo. Jaleé y grité, y me adentré, sin dejar de mirar atrás, por la sombría Estafeta, recorriendo los trescientos metros hasta el embudo del siguiente callejón, saboreando el aliento de terror cuando caímos sobre la tierra, mientras desaparecíamos entre las cornadas. Fueron ochocientos cincuenta metros en total, y dos minutos. Juro que lo intenté. Pero olía a sangre, y me pudo más el oficio.  

EN EL CENTRO

Iñaki Azcarate Diez

Llegó antes que ningún año, por lo que pudo coger un lugar privilegiado, en el centro, justo enfrente. El almuerzo no había sido precisamente ligero, y el calor era insoportable. Todo eso, unido a la prisa que se había dado por llegar, hizo que rompiera a sudar como si no hubiera un mañana. Aprovechó para tomarse una enorme y helada cerveza antes de que aquello se convirtiera en el habitual avispero de cada año. Se había autoimpuesto no perder los nervios, como en años anteriores, con aquellas personas que llegaban a última hora y lo invadían todo, incluido tu propio espacio vital. Sabía que iba a ser imposible, pues con los años se estaba volviendo más y más irritable. Lo veía en el día a día, con las noticias en la televisión, el trayecto en el coche hasta el trabajo… pero aquel era su momento, y tenía que intentar vivirlo segundo a segundo, sin perder el tiempo en chiquilladas que se convirtieran en el recuerdo del día. Y, como imaginaba, llegada la hora, el lugar estaba atestado de gentes que, como él, no querían perderse su añorado chupinazo, aunque fuera desde un bar a más de mil kilómetros de distancia. ¡Viva San Fermín! 

BODAS DE ORO

Kike Balenzategui Arbizu

Se levantó, fue al baño y se afeitó. Luego se duchó. Sacó la ropa blanca del armario y se vistió. Ese año había salido a andar casi todos los días y no hubo sorpresas con la talla.
Apuró el tiempo para no llegar demasiado pronto aunque las ganas le podían. Era un poco “cagaprisas”, eso le decían sus hijas.
Cuando llegó al bar ya estaban allí sus compañeros de mesa. ¡Vamos Pedroooo!, le apuraron. Como siempre huevos fritos, lomo y tomate. Pidió una botella de cava y consiguió un asentimiento unánime.
Se acordó de ella y de cuando empezaron a salir. De cómo consiguió que se fijara en él y no en su amigo Iñaki. De los ensayos y de los conciertos con la Capilla. De sus prontos y de su amor. Se echó la mano al bolsillo de la camisa y con dos dedos acarició aquel pañuelo, en otro tiempo rojo, que a ella le había dado su padre, y que todos los sanfermines llevaba anudado al asa de su bolso. Este año hubieran celebrado sus bodas de oro.
En ese momento daban las 12 en su reloj y una marabunta de gente le acompañaba, su crucero desembarcaba en Nápoles.