EL DESPERTAR
Fátima Frutos Moreira
– Aita, ¿cuándo despertará la abuela?
– No lo sé, hijo. Los médicos dicen que… ¡Quita las manos del cristal que nos va a reñir la enfermera!
– Pero aita, ayer el Tuli tiró el chupinazo. ¿Qué hace tantos días aquí en el hospital?
– Aitor… ¿Recuerdas la noche de la Sampedrada?
– Sí, la amatxo y tú llegasteis tarde a casa porque la abuela se mareó y la trajisteis aquí.
– Hijo, a la abuela le tuvieron que operar el corazón. Le cosieron una válvula nueva.
– ¡¿Le cosieron a la amoñi el corazón como cuando ella cose los calcetines, aita?!
– Aitor, ve con la mamá, anda.
– Y mientras…, ¿qué hace dormida la abu, aita?
– No me preguntes eso, hijo, que lloro: con el Guti estará cantando el “Pobre de mí…”
– ¡¡Aita, la abuela debe saber que hoy es San Fermín!! Ella me enseñó una jota que…
– ¡Calla, Aitor, que nos echan!
– “ES LA JOTA DE TU NAVARRA, LA QUE HOY TE REZA, LA QUE HOY TE CANTA AAAAHHH -¡Aita, que está abriendo los ojos!- ES LA JOTA DE TU NAVARRA…
– Hijo, corre, llama al Doctor.
… FERMÍN BENDITO, LA QUE HOY TE ENSALZAAAA AAAAHHHH”.
Y LA FIESTA SIGUE
José Luis Mediavilla Fuidio
Creo que morí ayer porque me metieron en un ataúd y me dejaron solo. No veía ; pero escuchaba pasos, voces y me llegaba el aroma de unas magras con tomate.
Poco después, noté que algunos desconocidos cogían el féretro y me bajaban por las escaleras, tropezando a cada paso.
— ¡ Joder, como pesa este tío!
Me depositaron en la iglesia sin miramientos .
Lloros y alguna voces, entre ellas reconocí la de Juan, compañero de peña, que el año pasado me arrancó de las astas de una manada de “cebadas” en la cuesta de Santo Domingo… Continuamos las fiestas y, como siempre, el último día acabamos cantando el “Pobre de mí” en la Plaza del Ayuntamiento.
Entre tanto el cura, con voz cascada y parsimoniosa, iba desgranando reconfortantes versículos evangélicos…, demasiados.
— ¡Este cura es un pelmazo! — escuché .
Murmullos y siseos entre los asistentes.
— ¡ Se hace tarde! — explotó una voz bronca .
— ¡Vámonos! — conminaba alguien
— Espera un momento.
— Son casi las doce…
Una explosión retumbó muy cerca
—¡El chupinazo!
—Menuda estampida—exclamó una voz femenina
Después el silencio … y bastantes horas más tarde, voces aguardentosas cantaban…
—Levántate pamplonica y…
SSSSSHHHHH…
Marcos Sánchez Mongay
Aunque le habían avisado nunca lo imaginó así. Ernesto, no corras tanto. Porque él vio caer antes a otros, su hermano sin ir más lejos o su cuñado yendo más allá. Mira tu hijo, otra vez metiéndose el dedo en la nariz. Los dedos de sus manos son pocos para contar las veces que les llamó calzonazos. Papá, ¿falta mucho? Porque llegaron las fiestas. Ponle la radio, a ver si se entretiene. De esta gloriosa ciudad. ¿Te has acordado de cerrar los grifos? Ahora estarán almorzando. Te lo dije, coge alguna bolsa por si vomitamos: pero no me haces caso. Luego intentarán bailar con todas: pero no les harán caso. ¿Dígame? Siete sombreros, siete collares y siete gafas para todos. Sí, mamá, ya estamos de camino. Siete chupitos de lo más raro que tengas. Ernesto, mi madre. Riau-riau. Que lo importante no es llegar antes sino llegar. Papá, ¿cuánto falta? Hermoso de Mendoza sobre la arena. Los cubos y las palas, ya sabía que algo nos dejábamos. Las doce en punto ya. Sssssshhhhhh…
– ¡Viva San Fermín!
Aunque le habían avisado nunca lo imaginó así. El sonido de la valla del peaje de Tiebas al levantarse.
Y se echó a llorar.