PLANCHADITO Y DOBLADITO, PREPARADO PARA TI
Antonio Liberal Irigoyen
Por fin ha llegado el día.
Cómo cada 6 de Julio, abrirás de nuevo tu cajón, ese que sólo abres una vez al año, y allí me encontrarás, esperándote.
Si, lo has adivinado.
Soy tu pañuelo de San Fermín.
Y, al olerme, volverás a sentir de nuevo el olor a almendra garrapiñada y el sabor a algodón de azúcar, unido de manera indivisible a las tardes de barracas en familia.
Y, al rozarme con tus dedos, sentirás en ti la fuerza de los brazos de tu padre, protegiéndote de los golpes almohadillados de los kilikis y cabezudos.
Y, al mirarme, me recordarás resguardándote del calor del tumulto del txupinazo, o del frío de las noches de jarana interminable en la calle Jarauta.
Y, al anudarme en tu cuello, sentirás el escalofrío de las jotas al santo de cada 7 de Julio, o de las lágrimas desconsoladas de algún que otro exilio forzado lejos de Iruña.
Conforme el calendario ha ido pasando sus hojas y tu cabeza se ha ido poblando de blancas canas, mi color ha ido perdiendo su fuerza carmesí.
Pero, como cada 6 de Julio, pase lo que pase, seguiré aquí, esperándote.
Planchadito y dobladito, preparado para ti.
TU ME LLEVAS
Felix Senis Diez
Solícito, como siempre, espera junto a la puerta a que ella termine de arreglarse. Ya en la calle, su actitud de unión perfecta, impecable vestimenta y andares rectilíneos, es interpretado como una ofensa por una ciudad que agota su octavo día de fiesta. La solución, inevitable, será una aureola del mejor tinto navarro en la impoluta blancura de su camiseta.
Sortean dos charangas y un toro que no da miedo y, próximos a la Ciudadela, se sientan en la hierba y esperan.
A él no le gustan los fuegos. Odia esa claridad sonora que hace temblar los edificios, pero la recompensa, en forma de caricias en su espalda, consigue que sea soportable la tortura; así que, a salvo en su regazo, regresa al mediodía cuando dijo adiós a los Gigantes.
Ella, en cambio, está entusiasmada. Prende la mirada de un lugar indefinido de la noche y la mantiene allí durante veinte larguísimos minutos. La luz es ahora un torrente de colores que, a través de sus oídos, inunda las cuencas de sus ojos.
«Estuvo bien»- se dice mientras suena el último estallido-. Y él, como si adivinara el pensamiento, ya se ha puesto en pie y ha dicho «sí» con un ladrido.
¡COMO UN PINCEL!
Maria Izkue Apesteguia
Marta se anudó el pañuelo rojo teniendo especial cuidado en que, del nudo al extremo, quedaran aproximadamente tres centímetros, tal y como le había enseñado aquel chico tan guapo y tan pijo que había conocido el seis de julio de hacía lo menos diez años.
Cada seis de julio lo recordaba, fue en un bar que sus amigas y ella gustaban frecuentar en San Fermín, porque servían en vidrio como el resto del año y porque los baños estaban aceptablemente limpios.
El chico le llamó la atención porque iba impecable. La ropa blanca como recién estrenada y los ojos límpidos como si nunca hubiera bebido una gota de alcohol, ni hubiera sufrido por nada. Comenzaron a hablar y ella, bastante desinhibida por las cañas, le dijo que parecía un pincel. Él contestó riendo que acababa de salir porque había hecho su turno como médico en urgencias.
Marta volvió al presente. ¡Al final voy a llegar tarde¡
Cuando llegó al Hospital de Día se miró sin disimulo en un cristal y le gustó cómo le quedaba aquel pañuelo rojo en la cabeza.
Al entrar a la consulta se llevó un chasco. ¡Porras, no está mi oncóloga!
Y al poco le reconoció. ¡Como un pincel!