X Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


NOS ENCONTRAREMOS

Paula De Andrés Elizari

Te encontraré. Con el tiempo reposando en las pestañas y alguna arruga más, acusadora de los años pasados desde aquel siete de julio. Subirás por la calle Estafeta sintiéndote orgulloso de haber corrido otro encierro. En tu mano, una cerveza; no podía ser de otra manera.

Me encontrarás. Con la mirada ardiendo y mi expresión seria, la que decías que me volvía tan guapa. Bajaré por la calle Estafeta dejándome llevar por la corriente blanca y roja. Suavizaré los labios y, finalmente, te sonreiré. En mi mano, una cerveza; no podía ser de otra manera.

Tú alzarás tu vaso hacia mí, imperceptible, queriendo decir: hazme volver a sentir como cuando nos comimos Pamplona a bocados en ocho madrugadas. Yo responderé al brindis desde lejos, queriendo decir: hazme volver a sentir como cuando me esperabas en lo alto del vallado para besarme.

Nos temblarán un poco las manos. La espuma de mi cerveza se balanceará cuando mi hijo me estire de la faja porque viene Caravinagre. La espuma de tu cerveza se balanceará cuando tu mujer te saque a bailar tras la charanga. Y entenderemos, ya tarde, que no debimos bajarnos de aquella noria: la de los únicos Sanfermines que han importado nunca.  

EL PAÑUELO

Carlos Campión Jimeno

La encontró en la estación de autobuses de Pamplona. Ella preguntó, no recuerda qué, y él se ofreció a acompañarla. Era siete de julio y la calle Mayor hervía con la procesión. Cuando se abrazaron al ataque de un zaldico anheló no salir nunca de esa proximidad. Anda ven, que se nota que eres guiri, le dijo mientras le anudaba al cuello su propio pañuelo rojo con la estampa del santo. Luego todo fue fácil; le cogió de la mano y serpentearon unidos entre gigantes, cabezudos, txistularis y la marea blanca hasta el ayuntamiento, en donde inmortalizaron un selfie con la fachada rococó de fondo. En los toros le habló de la liturgia, la tradición y porqué aquella plaza es la única del mundo en donde el espectáculo también está en los tendidos. Ella confesó su desapego a tradiciones y ataduras. Con las luces de los fuegos se besaron, supo que la quería y le pidió que se quedara para siempre. Sin embargo, cuando las dianas lo despertaron, ella no estaba. En su lugar, en la almohada, el pañuelo rojo ocupaba su ausencia. Miró el selfie y el pañuelo en el cuello de su amada perdida le recordó que solo sabía su nombre. 

EL SANTO MORENICO

Juan Carlos Somoza García

Soñé que me aguardaba en la ciudad de murallas medievales, espaciosas plazas y estrechas y pintorescas calles. “Te espero el día seis en mi hornacina”, me había dicho antes de despertar, y los primeros días de julio se hicieron eternos. Pateando los adoquines de la parte vieja, persiguiendo sus huellas, llegué para el caldico antes del txupinazo. “Solo un obispo pudo sujetar los cuernos de un toro, tú corre y yo seré tu guardaespaldas”, fue su recomendación, y no estuve sola en aquella vorágine vestida de blanco y rojo. Me dejé llevar y la tranquilidad me la devolvió el chocolate con churros de después. “Te seducirán los pintxos de magras, los chuletones rotundos, los jaretes de cordero, goshua y patxarán… el poteo del atardecer en vaso ancho… Estafeta, San Nicolás… tapas y clarete. Pero no olvides el coro y la tumba, el ataúd de marfil moro, los hermosos vitrales, el Parque de la Taconera plagado de esculturas y romanticismo…”, me dijo y cumplí, ansiando convertirme en una Lamia y que aquel lugareño muriese de melancolía por verme. Acabé contemplando la Pamplona monumental desde la fortaleza del monte Ezcaba.
Con el “Pobre de mí” regresé al hogar y…
Soñé que me aguardaba en la ciudad…