X Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


UNA CORNADA EN LA «FIESTA»

José Muñoz Cabrera

John Green quería correr el encierro cinco segundos después de haberse terminado de leer Fiesta. Su amor por los Sanfermines le vino cuando conoció la obra de Ernest Hemingway. Su intención era utilizar el libro como si fuese el testigo que usan los corredores en el 4 x 100. Era su tributo al maestro.
Lo había calculado todo al milímetro para que en el momento en que los toros saliesen por la puerta de los corrales de Santo Domingo él iniciase la carrera. Pero tuvo una duda. Creía que la última página no la había entendido bien y volvió a releerla. Fue un tiempo precioso perdido, pero él detestaba que alguna cosa se le quedase en el tintero.
Las hojas de la novela se convirtieron en volanderas, y su pañuelo rojo no se distinguía de la sangre que manaba de su cuello y había impregnado completamente su camiseta blanca. En las astas del toro que lo embistió se habían clavado la primera y la última del relato. Era su alfa y su omega. Los ayes de los que presenciaron la tragedia se confundían con la algarabía que emanaba del resto de espectadores, de aquellos que jaleaban a los bovinos.

 

ERA UN SIETE DE JULIO CUANDO LA VI…

Fernando Román Itoiz

Era un siete de Julio cuando la vi, me enamoró su sonrisa como una luz que alumbraba la barra de ese oscuro bar donde muchas copas yo había servido ya. Ese kalimotxo sanferminero, uno de miles, el único entre tantos, no sería el mejor del mundo, pero esa sonrisa no se me olvidará en la vida, y no por la moza en sí, sino por ese gesto amable, derrochando simpatía, un pequeño gran detalle que hace sentir a quien trabaja durante las fiestas que aún quedan personas buenas y pacientes. Disfrutad, disfrutad mucho de las fiestas, pero no olvidéis que son posible gracias a los cientos de personas que trabajan ellas, y a vosotros y a vuestras sonrisas. No te vayas de la barra, aaa.
 

SENTIMIENTO SANFERMINERO

Mariela Los Arcos

Cruzo la calle y tiemblo de emoción. Tanto tiempo imaginándolo y por fin estoy aquí. Oigo risas, canciones, charlas que pronto se convertirán en recuerdos imborrables en el corazón. Siento la alegría, palpo la nobleza de los pamploneses y pamplonesas que nos acogen con alborozo. De repente me sorprendo, y me avergüenzan mis prejuicios, no es verdad el resumen que hace la mala prensa de desenfreno y alcohol. Veo gigantes y kilikis, peñas, bailables en la plaza del Castillo, hay conciertos, verbenas, y clásicos imperdibles como el baile de la alpargata o los churros de la Mañueta. No se resume en encierros y toros, también se disfrutan los almuerzos y la jotica tan sentida ofrenda a San Fermín, la procesión, la Pamplonesa, txistularis y tamboril.
Y maldigo aquel aberrante incidente que un día ensombreció estas fiestas y a su gente tan amable que con cariño acogen a todo aquel dispuesto a respetar y disfrutar. Y sin quererlo, miro el largo de mi falda blanca y otra vez me sorprendo prejuzgando. Respiro hondo, camino erguida y sonrío para mostrarle al mundo que el sentimiento sanferminero, de forasteros y anfitriones, nadie nos lo podrá a arrebatar.