CORRE QUE TE PILLO.
Carlos Otondo
La pata del toro es dura, pisa y rompe, no perdona. La pata del toro marca, duele, golpea. La pata del toro vive esperando anotar un punto en la mente del que corre, cuyo pie vuela huyendo de esa pata que podría matarlo varias veces seguidas.
El pie huye de la pata, hasta que la pata se encierra con vida. El pie y la pata se cruzan, compiten, llegan y mueren juntos. Un golpe los frena y otro los hace partir. La vida es una pata o un pie.
De ver la pata en el pie, o el pie en la pata, que de decirle pata al pie mi madre se hubiera enojado, pero que el toro tiene pie explota la calle.
Del cacho que apunta a la pata que corre, al pie que huye y el ojo que llega. Todos juntos se mezclan para una vida en común, una tradición. El pie a pata y la pata a pie. Corre que te pillo.
¡QUE NO PUEDA YO!
Natalia Monje
“¡Que esté yo aquí dentro y no me dejen salir!
Si hace tiempo ya que he escuchado el chupinazo, el ribeteado sonar de los txistularis, el riau-riau más de cien veces, el baile de más de mil idiomas. El verano estalla en las mejillas, huele a vida y a estiércol, sudor y sangre de los astados, el chocolate caliente de las dianas. Que yo no pueda ir a verlo, el gozo de los amigos, el magma de los amantes que hoy empiezan. Paladear la vibración de los cascos en el suelo, pasión rebotada en las paredes estrechas, toro estofado, pochas, ¡magras! Que no pueda yo anudarme el pañuelo al cuello, recibir las mulillas al pasodoble, las charangas en lucha por robarte el oído. Un enjambre de alegría retumba en la piedra, al paso de la banda en procesión. Hermanos hechos esta noche sellan su pacto de chocolate caliente, la magia pura de las dianas, y que pueda el de San Lorenzo, ¡¡y no pueda yo!!”
En el corazón del carnal bullir, vieja Navarrería plena, San Fermín, el Txikito, encajado en el retablo de la Aldapa, vuelve a llorar sus penas de julio, “Ay, desdichado, mísero… ¡ay, pobre de mí!”
A PAMPLONA
Carlos Jose Otaduy Mazas
Me dice mi tía que el pañuelo se dobla así.Pero que no me lo puedo poner hasta las doce, cuando lancen el chupinazo. Me ha vestido de blanco de arriba abajo. Dice que vamos a ir a verlo desde un balcón en la Plaza del Ayuntamiento. A mi edad no valoro el privilegio que ésto supone. Por otro lado encuentro bastante lógico intentar ver lo que vayamos a ver desde el mejor sitio posible.
Una vez allí y asomados al balcón, me va explicando por qué una multitud eufórica se agolpa en una plaza esperando a que lancen un cohete y empiecen unas fiestas que ponen la ciudad patas arriba. Desgrana los miles de detalles de una ceremonia llena de tradiciones. El desfile municipal, los improperios, la banda de música, el vals de Astrain. Me dice ¡Mira,mira!Y yo, que estoy atento a las evoluciones de un balón gigante que recorre rebotando la plaza, giro la cabeza a tiempo para ver la explosión del cohete y de la alegría.
Aquel día fuimos un rato a la Tómbola por la tarde y prontito volvimos para Bilbao. Cuando empezaba lo bueno.