X Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


CUESTA DE SANTO DOMINGO

Amparo Gastaminza Iriarte

Lunes. Subo por la cuesta de Santo Domingo.
Silencio total. Voy enfrascada en mis pensamientos cuando de repente oigo un ruido ensordecedor. Me vuelvo, no veo nada. Sigo subiendo y, al minuto se repite la acción.
¿Qué pasa, me estaré volviendo loca?
Sigo andando y ¡nada!…
¿Será que mi cabeza me está jugando una mala pasada?
Llego a los corrales de Santo Domingo. Echo una ojeada y, a lo lejos, me parece ver unas imágenes difusas, grandes, con cuernos muy bien plantados.
Pienso. «No hay duda». ¡Loca de remate!
Todavía faltan cuatro meses para los Sanfermines. No lo entiendo, si no he tomado ninguna cerveza, y aunque la tome, mis cervezas son sin alcohol.
Según sigo subiendo, escucho los cánticos de los mozos a san Fermín. A continuación, el disparo del segundo cohete.
¡Ay! Que vienen los toros, y yo estoy en mitad de la calle.
Empiezo a correr y llego con la lengua fuera hasta la imagen de San Fermín.
Le imploro su protección y él me hace un guiño de ojos.
Está a punto de cogerme un astado.
Entonces, me despierto.

 

BLANCA Y ROJA

Montserrat Velasco Arroniz

No había dormido en toda la noche, me pasaba cada año el día 6 de julio. Pasé mis manos por la ropa blanca recién planchada, solo con eso empecé a sentir la emoción y ya me vi caminado por la calle Estafeta para llegar a las 12 en punto a la plaza del ayuntamiento.

– Kaixo, Ama!- Te traigo a mi gato Oreo para que lo cuides un rato.

– Ni se te ocurra meterlo en la cocina!!!! Estoy preparando la ropa.

Mi hija no me hizo ni caso, me dejó a Oreo y diciendo un breve “agur” cerró la puerta y se fue.
Quise coger al gato alargando el brazo todo lo que pude, pero fue más rápido que yo, dió un gran salto para escapar cayendo sobre un tomate maduro y el estruendoso “chof” hizo que miles de gotitas rojas saliesen volando, salpicando la inmaculada ropa blanca.
 

TIERRA DE GIGANTES

Leonardo Resano Tejedor

Tenía el pelo color mandarina y un beso a punto dar pero… un estruendo en Iruña nos despistó y la perdí entre los bailes eternos que ocurren en la vieja capital.
Me dijeron que un tal “Zaldiko” recorría la ciudad y veía muchas personas.
-Tiene el pelo como el sol y va vestida de blanco y rojo.
Después de reírse, el caballero andante me sacudió suavemente y se cayó al suelo mi pintalabios, la guía para visitantes y mi esperanza de encontrarla. La gente se divertía con estos caballeros y sus acompañantes «cabezones» que me ayudaron a recoger mis cosas.
Mientras pensaba en ella, unas bestias con astas curvadas esperaban en un corral y pensé que esta ciudad era un sueño o una nueva Ilíada por llegar.
Tres horas después la encontré. ¡Dios mío! ¡Rodeada de gigantes! Su pelo rojo ondeaba al viento y los gigantes empezaban a bailar sabedores que las murallas no dejarían escapar el sueño, la magia y una fiesta sin igual para vivir más que para contar.
-¿Cómo te llamas? –me interesé mientras las dos mirábamos las montañas cercanas.
-Alaia, como la alegría de encontrarte de nuevo.
Esta vez nos perdimos juntas rodeadas de gigantes, música y un…
¡Betiko Iruñea!