LA VOLUNTARIA Y SU PRIMERA VEZ
Antonio Leon Del Castillo
A la salida de casa, aurora fresca, el corazón parecía querer salírseme del pecho en cualquiera de aquellos latidos violentos que me resultaban tan ajenos. Incapaz de contener los nervios, la tripa revuelta, el sudor en las manos, la voz menuda. Era mi primera vez. Hasta entonces, había seguido el encierro desde una discreta segunda fila, provista de la debida prudencia y bloqueada por un pánico inmisericorde. Aquella mañana mágica, una vez ocupé mi puesto en Estafeta, el uniforme impoluto, mi ambulancia justo detrás, una sensación de calma nueva me hizo volver a sentir solidaria, competente y dispuesta. De reojo, no dejaba de observar el cartel de las fiestas en una fachada limpia: «ciudad de luces»; fascinante, mi ciudad, la de la diversidad y la armonía. Como en un sueño, pasaron volando los mozos y las mozas junto a los toros; cabestros y pastores detrás. El ruido ensordecedor menguó y segundos después, rodeada de curiosos, un rostro joven, desconocido y desconcertado me miraba, feliz a la vez que suplicante, a la cara. Mientras le aplicaba un torniquete en su muslo derecho teñido de rojo, en un inglés americano me confesó orgulloso que había sido, también, su primera vez.
SAN FERMIN EN LAS ALTURAS
Alberto Imbuluzqueta Setas
Noche. Detenidas a unos cuantos metros de altura. Mejor que no montes si tienes vértigo o si te has tomado unas copas porque se dan unas cuantas vueltas. Pero el espectáculo es digno de presenciar.
Abajo, la fiesta no se detiene. Los sonidos de la misma y la música llegan amortiguados por la distancia y las personas como hormigas se desplazan inquietas por las calles de alrededor.
Parece que el cielo, a pesar de estar oscuro, ha dejado de ser azul para teñirse también de blanco y rojo. La alegría y la magia de los sanfermines suben hasta aquí.
Las amigas se han reunido, como cada año, para pasar un día juntas en fiestas, desde la mañana temprano. Es una tradición a la que ninguna falta, a la que ninguna puede faltar.
Y así lo hacen desde hace tiempo. Y así hacen un bonito homenaje a su sagrada amistad. Y así recuerdan el camino recorrido juntas y brindan por el presente. Y celebran la vida y ese instante. Y viendo los fuegos artificiales desde la noria son felices porque están donde siempre desean estar: juntas y en Pamplona por San Fermín.
¡ALLÁ VAMOS!
Paula Celma Mora
Despiertas y estás cansada. No has dormido bien. Estás nerviosa. Emocionada y… ¿hambrienta?
Hay que preparar el almuerzo. Son las 9:00 y enseguida vienen tus amigas a casa.
Te duchas, te vistes de blanco, faja roja y pañuelo rojo a la muñeca.
Llegan tus amigas. Han traído tortilla, txistorra, lomo y huevos, que se suman a la panceta y el café que habías preparado.
En tu casa empieza la fiesta. Pones música, pero no reggaeton, rock o pop. Pones música de txaranga.
Son las 11:00 y hay que ir subiendo a Pamplona. Llegar a la Plaza del Castillo, ya que no nos gusta agobiarnos, y esperar… Esperar…
Las 11:55. Se nota el nerviosismo en el ambiente. Algún grito que otro, pero todos de felicidad.
11:57. Desatas tu pañuelico de la muñeca.
11:58. Lo levantas por encima de tu cabeza.
11:59. No queda nada. Silencio en la plaza.
12:00. Chssss… ¡PUM! Txupinazo, por fín. Ya llegó, ya está aquí.
Después de estudiar, aprobar todo… Toca, por fín, darlo todo en tu ciudad natal
Aquí empieza la fiesta que llevas deseando repetir durante un año.
¡Disfruta!