XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


EL ALMUERZO

Jon Lizarraga Diaz

En sus últimos sanfermines, el hombre viejo salió de casa con una mesa plegable y varias sillas. Sobre la mesa unas magras con tomate y una botella de tinto.
Llegó luego el hombre que tras la muerte de su mujer entendió que debió haberse jubilado años atrás. Bien vestido y con un plato de pimientos rellenos,
Pensando más en dar rienda suelta a lo que durante el año habían reprimido que en cocinar, el matrimonio cuyos hijos estaban en la universidad, se presentó con una cazuela de txistorra.
La madre llegó con el bebé dormido en sus brazos. Estando el marido en un viaje de negocios, apenas tuvo tiempo de comprar una lata de espárragos.
Los jóvenes, disfrutando del primer verano tras su graduación, llegaron con varios bocadillos de lomo, y demasiadas botellas de kalimotxo.
Los niños se pararon junto a la mesa el tiempo suficiente para recibir unas piruletas de fresa que el viejo les había comprado.
Mientras todos hablaban, comían, bebían y reían, el viejo miró al bebé que comenzaba a despertar. Miró a su alrededor y abrumado por los colores, los sonidos y los olores comenzó a llorar. Resonó entonces en las calles de Pamplona el sonido de un cohete.
 

LA SORPRESA

Juan Cruz Lara Jimenez

Me estaba costando llegar a Pamplona, que era ciudad de tránsito hacia Santiago de Compostela. El camino presentaba alguna dificultad porque había veces en las que me perdía en el frondoso bosque y tenía que regresar sobre mis pasos para encontrar el sendero correcto. Mi siguiente parada fue Zubiri, donde descansé en el establecimiento que tenía reservado. Al día siguiente, hacia el mediodía, llegué a la ciudad, donde todo el cansancio acumulado; todos los pensamientos de días anteriores y todas mis espectativas se convirtieron en sorpresa al encontrar una ciudad en pleno jolgorio de fiesta. «La gran fiesta», como se la conocía en todo el mundo. Tuve un inconveniente, que no había previsto, para llegar a mi siguiente parada, pues con la mochila a la espalda se me hacía bastante difícil caminar entre la riada de gente en que se habían convertido las calles. No pensé ni por un momento que mi llegada coincidiría con las fiestas de San Fermín. Ya tenía plan para terminar el día, antes de partir a la mañana siguiente: me mezclaría con la gente y viviría uno de los mejores días de mi vida. El camino hasta llegar a mi destino, lo hice luciendo un pañuelico rojo al cuello.