XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


POBRES DE NOSOTROS

Pablo Asier Ovelar Castañón

Aquel año el chupinazo salió del balcón de tu boca para estallar en la mía, inundando nuestra ciudad de felicidad.
Ya con el pañuelo anudado y de un blanco impoluto, nos lanzamos a recorrer bares y plazas, buscando empaparnos, buscando embriagarnos. Es lo que tienen las calles llenas de jolgorio, de amor: nadie se siente fuera de lugar rodeado de buenas sensaciones.
Encierros, no en calles, sino en habitaciones alquiladas donde los fuegos artificiales eran diarios. Aunque nosotros jamás corrimos. No queríamos escapar, no queríamos salir.
A medida que avanzaba la fiesta me apresuraba a buscar al santo. Súplicas y rezos a San Fermín, implorando que echara su capotico sobre nosotros para hacernos invencibles. Hay algo de irracional en confiar al santo tu protección, lo sé, pero hay mucho más en el amor, ¿qué le vamos a hacer?
La feria cerraba, los puestos recogían. Te vi alejarte en el andén de la estación y, de mi mano, cayó un trozo de papel que jamás de di en el que ponía:
“Tú y yo.
Blanco y rojo.
De tu mirada brotaban
fuegos artificiales.
En mi cabeza comenzaba a sonar
el ‘Pobre de mí’”. 

GIGANTE NOSTALGIA

María Mar Anzano Santamaría

«¡Abuelo,abuelo! ¡Ya vienen!»
Gritaba el pequeño Fermín entusiasmado mientras su abuelo lo miraba emocionado. Era la primera vez que iba con su nieto a ver a los Gigantes. Siempre le habían fascinado por su majestuosidad y sus bailes acompasados. Pero a quienes de verdad admiraba era a las personas que les daban vida. Consideraba que tenía mucho mérito meterse en el interior de una estructura semejante. En el fondo, tenía un poco de envidia, porque a él le hubiese gustado ser una de esas personas. Pero el delicado estado de salud que le acompaña desde niño, nunca se lo permitió.
«Abuelito, ¿ me subes a tus hombros y bailas como ellos ?» Le inquirió el pequeño Fermín, interrumpiendo sus pensamientos.
«¡Pues claro, cariño!» Le contestó su abuelo. Y así, con el pequeño Fermín sobre sus hombros, el abuelo se perdió entre la multitud, siguiendo a los Gigantes. A sus admiradas Majestades.