XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


EL ENCIERRO

Alejandro Guillán Riveiro

Concentración, calma…, ahora.

Santo Domingo, a escasos metros de la salida de las reses. Se reconocieron al momento, respiraron de forma sincrónica. Dio unos pasos atrás, con los brazos ligeramente abiertos, casi empujando a quienes tenía detrás.

Comenzó a correr. Calculaba que, tras llegar al Ayuntamiento, tendría algo de ventaja, pero no fue así. En Mercaderes, las pisadas retumbaban cada vez más cerca. Miró por encima del hombro.

— ¡Mierda!

Todos se apartaban al ver cómo se acercaba, aunque la multitud casi hizo que tropezara. Sin embargo, en el último momento, al más puro estilo de recortador, evitó caerse. Aun así, Estafeta se estaba haciendo muy dura.

Estaba ya congestionado a la altura de Telefónica y había menos distancia entre ambos. La sombra no detenía ni su ritmo ni su velocidad, al contrario. Las fuerzas le abandonaban.

Y pasó. Antes de la entrada en el Callejón, un golpe lo desequilibró y cayo de bruces, retorciéndose de dolor. Cómo a cámara lenta, el móvil describió un arco hasta caer sobre el suelo empedrado.

Era el final.

Iker, policía foral, le colocaba los grilletes, con la respiración entrecortada por el esfuerzo de la persecución.

— Queda detenido por el robó de un teléfono móvil.
 

CON NOCTURNIDAD Y ALEVOSÍA

Alba Gravalos Gravalos

Se lo veníamos advirtiendo. Este año el chupete se lo damos a Josemiguelerico.
“No mamá, él ya tiene muchos” me dice señalando una mano grande y florida de todos ellos.
Pero si Caravinagre se lo lleva en mitad de la noche, la cosa cambia. “No cabe por la puerta” piensa el pequeño de 3 años incrédulo. Y en el fondo tiene razón. El respeto que le tiene, no cabe por su puerta.
Es 10 de Julio. Sigámosle entonces por las Calles Mayor, Eslava, Javier… parada técnica en Santa María La Real. Entre atropellos de silletas, y paciencias ilimitadas, la tía de Hugo me guiña el ojo y se mezcla entre la mini marea roja y blanca.
Y aparece con LA IMAGEN. Caravinagre, o más bien su alma, ha accedido a hacerse una foto con el chupete de Hugo. ¡Hazaña épica!
Orgullosa se la enseña a su sobrino, que pávido y ofuscado, asiente. Es Caravinagre y tiene su chupete. Y yo, su madre, congelo su expresión en mi mente, entre la culpabilidad y la inocencia.
Casualidad, dos agentes vigilan la zona. Los intercepta y les grita. “¡Caravinagre me ha robado el chupete!”. Con media sonrisa, uno de ellos exclama: “¡Al pobre, siempre le cae todo!”