OCHO ERAN.
Andrea San Martín Chaler
Entre vuelta y vuelta descubrí que no andaban solos por las calles de Pamplona. Cuatro continentes hipnotizados por la música, los gaiteros les hacían bailar cual flautista de Hamelin movía a sus masas. Pero no, no se movían solos, el ritmo venía desde adentro. Algo les hacía girar con esa ansia. Ellos, emocionaban. Su cara perpleja, sus enormes manos y sus largos vestidos imperiales, uno a uno colocados en fila. Así se abrían paso entre la multitud de Pamplona. Y a mi me desconcertaban. El vuelo hizo que viera los diminutos pies que se movían al compás de la danza. Ocho gigantes eran y no por su altura.
EL ENCIERRO
Faust Manresa Arbos
Fue una mala decisión, mal ejecutada, de principiante. La calle era más ancha de lo calculado y el toro más ceca de lo esperado. Por un instante volvió la cabeza y dudó, el animal no, bajó la cabeza y corneó, con elegancia, era Gacho de cuernos y a ellos se agarró. Cada vez que cabeceaba, sufría un duro golpe desde el esternón hasta la parte baja del abdomen, el trayecto le parecía eterno, cada cornada, cada instante parecía el último. Una salva de aplausos le anunció la entrado en la plaza, un postrero revolcón le depositó en la arena, exhausto.
Despertó temprano, estaba solo en la habitación y el cuerpo le dolía horrores. Tumbado en la cama llamó a su mujer. Estoy en el baño le contestó, ahora vengo. Aún estás así? date prisa , nos esperan en Pamplona que hoy empiezan los encierros. Venga Fermín no hagas esa cara. Es que me duele todo el cuerpo. No me extraña. Como estuviste ayer!!, nunca te había visto visto así!!. En los diez años que llevamos juntos, no recuerdo otra noche como la de ayer. Se levantó, miró a derecha e izquierda y echó a andar.