EXTRACORPÓREA
Daniela Leyton Luna
Emilia iba a desaparecer.
“Parece que vas a salir volando, mi niña,”
“¿Qué más quieres adelgazar?”
“No puedes bajar el peso de tus huesos.”
Pero las palabras se le resbalaban por la espalda que ya no podía sostener su propio cuerpo. Tan débil como el papel de arroz parecía levitar de un lado al otro de la casa. La abuela sollozaba por el rechazo a su comida, su madre se detestaba así misma por alentarla en su infancia a dejar de comer.
“Ojalá volviera a tener ese sobrepeso de infante” decía en voz alta junto a sus plegarias todos los domingos. “¿Cuándo habrá sido su última cena? La que se sintió como augurio de muerte.”
“Mija, come algo. Lo que sea. Come un pan, un pedazo de queso, come tierra, come aire pero vive.”
“¿Cómo podría morir si estoy tan cerca de alcanzar lo que busco?”
Las lágrimas no eran suficientes para evitarlo, y aun así, se decía que la casa se inundaba.
“¡Mírame!”
“¡Mírala!”
“¿Dónde está?”
Por fin, tal y como era su deseo de infancia, flotó fuera de su propio cuerpo.
YO MATÉ A ERNEST
Pablo Espina Puertas
Como sicario, recibí un encargo estremecedor:
“Soy Hemingway. Escribí “Fiesta” ensalzando los sanfermines. Pamplona no me lo reconoció. ¡Qué mejor venganza que ser portada de periódico en San Fermín! Mi rostro, empapelando la ciudad y en manos de los corredores, acariciando el testuz del toro. ¡Qué dicha! Podría suicidarme, pero parecería un cobarde. Máteme por favor. Quiero transcendencia” Ernest”
Elegancia y perseverancia – me armé de verduguillo – presiden mi trabajo. Esperé en Bar Torino leyendo la crónica de la faena de Ordóñez: ¡cortó cuatro orejas! Hemingway y su cohorte, salieron del Hotel La Perla. Entraron en Casa Marceliano. Ernest pidió ajoarriero y vino de Navarra.
Seguí al grupo: Bar Txoko, Café Suizo, Café Kutz. Por fin se aposentaron en la terraza del Café Iruña disfrutando de una animada tertulia. Protegido por las sombras, esperé en un rincón del café. Entró solo, acompañado de su inseparable copa de Fundador. Salté hacia él por la espalda. Clavé el verduguillo removiendo para rematar bien el trabajo. Desaparecí…
Como asesino, vuelvo al lugar del crimen. Recorriendo esos lugares -fantasmales algunos- percibo su presencia especialmente, por los alrededores de la plaza de toros y ¡hasta en un rincón del Café Iruña!
Sin duda continua saboreando su particular venganza.