PAMPLONA-IRUÑA 6 Y 7 DE JULIO…
Charo Irigoyen Otazu
Pamplona-Iruña 6 y 7 de julio…
Seis del siete
Blanco, prisas, nervios, blanco.
Shshshshshshshshshshsh………, ¡PUM!
Algarabía, baile, brindis, fiesta.
Blanco, rojo, rojo y blanco.
Efervescente, alucinante, zigzagueante y chispeante.
Amigos, amigas, familia y colegas
Cava, vino, sidra, y pintxos.
Australiana, valenciano, gaditana y americano.
Txarangas, ritmo, txistu y gaitas.
Ajoarriero, estofado, chilindrón y txistorra.
Calor, risa, alegría y vida
San Francisco, sorbete, descanso y charla.
Jarauta, Descalzos, Plaza del Castillo y San Nicolás
Y más, y más, y más.
Siete del siete
Amanece, La Pamplonesa, dianas, bailes.
Limpieza, periódico, calentamiento, gentío,
canto, miedo, carrera, vallado,
pisotón, asta, negro y montón.
Santo Domingo, Ayuntamiento, Mercaderes
Estafeta, telefónica, callejón y plaza.
Respiro. Mañueta, churros y café.
Procesión, Santo, Alcalde y Arzobispo.
Huevos con jamón, vino, gaseosa, cerveza.
Gigantes, kilikis, cabezudos y zaldikos,
lloros, risas, juegos y valses,
momentico, campana María, aperitivo y comida.
Mulillas, reventa, peñas y txarangas.
Toreros, alguacilillos, sol y sombra.
Toros, cantos, toros y merienda.
Peñas, pasacalles, parranda, parranda,
y parranda…
GRITOS
Juan Molina Guerra
La calle Estafeta se va llenando de gente variopinta, mayormente jóvenes. Desde uno de los balcones, un grupo de argentinos no quita ojo de la riada humana, que se adensa por momentos.
-Qué bueno que lo hicimos, che. Nuestra buena plata nos ha costado, pero ha merecido la pena –dice el que parece más viejo-. Fijate en el rubio junto a la reja: no puede negar que es yanqui. Seguro que viene nomás por seguir las huellas de Hemingway.
De golpe, suena un estampido y la marea humana comienza a moverse.
-¿Recordás las redadas, cómo corrían? –dice uno que lleva más de cuarenta años dejándose la barba.
-Mejor si te callás, ¿no ves que hay mujeres?
Al poco, las carreras se hacen más ostensibles. Por la curva, los temibles astados entran al galope y resbalan y chocan contra la empalizada de madera. El norteamericano resbala, a su vez, y le pasan por encima dos enormes morlacos. Las mujeres del balcón gritan, asustadas, gritan como si la vida les fuese en ello, y el grito de las esposas sobrecogidas le evoca al hombre de la barba poblada el grito desesperado dentro del avión sobre el río, dentro del avión sobre el mar.