XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA FIESTA HA COMENZADO

Miguel Mendizabal Arizcun

He dormido poco, apenas he descansado. Una emoción me inunda por dentro. Hay dos días al año que me cuesta conciliar el sueño más de lo habitual; la noche de Reyes y hoy.
Rápidamente me visto con la ropa más blanca y limpia posible. Me ciño la faja y me anudo el pañuelo a la muñeca.
En la Villavesa siento una sensación de nerviosismo entre todos mis vecinos. Me bajo en una de las primeras paradas y me reencuentro con los viejos amigos de toda la vida.
El olor a huevos y txistorra es más familiar que nunca. El tinto con gaseosa, la cerveza fría y el aroma del pan recién horneado.
Ha llegado el momento. Llenos de ilusión nos acercamos a nuestro querido casco histórico. Saludamos a conocidos, parece que todo el mundo está a nuestro lado y comparten las mismas emociones.
Nervios a flor de piel.
En un instante, el tiempo se detiene, la multitud levanta su pañuelo, todos distintos, pero a su vez, iguales. La atmósfera se llena de lágrimas, sudor y fresca sangría. Lo noto en mi piel emocionada. En este mismo momento, todo salta por los aires. Solo veo blanco y rojo, la Fiesta ha comenzado.
 

NEREA Y YO

ángel Saiz Mora

Coincidimos en una conocida confitería de Pamplona. Ella iba a pagar unas pastas y había olvidado el monedero. Me ofrecí a costear el importe y terminamos sentados frente a un café. Al día siguiente comenzaba el primer encierro de los sanfermines. Dije que no me perdía ninguno y siempre terminaba moviéndome deprisa. Ella contó que solía situarse al pie del vallado. No me atreví a entrar en más detalles, ni a pedirle el número de teléfono. Luego maldije mi timidez.
Al día siguiente apenas escuché el cántico en honor al santo, tampoco el estampido del cohete de salida. Mis ojos la buscaron entre la muchedumbre blanca y roja, mientras las pezuñas resonaban sobre los adoquines.
Hubo un herido. Me puse al volante de una ambulancia medicalizada para trasladarlo al complejo hospitalario. Vino acompañado de un ángel con chaleco naranja y una cruz roja en la espalda, igual que la mía.
Desde aquella mañana de julio miro fascinado a Nerea, convencido de que siempre hay algo misterioso en ella, porque nunca nos lo contamos todo. Quizá sea eso lo que hace que permanezcamos juntos, también nuestro hijo Alexander, a quien pusimos el mismo nombre que al norteamericano con traumatismo que volvió a unirnos.