XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


COGORZA

José Antonio Martínez González

– ¿Dónde has estado todo este tiempo, Iñaki?
– He ascendido el Sella en patinete, he estado en las Fallas de Sevilla y en la Feria de Valencia, en las Fiestas del Pilar de Alicante y en las Hogueras de Zaragoza, en los Carnavales de Bilbao y en la Semana Grande de Cádiz, en las Fiestas de Moros y Cristianos de Buñol y en La Tomatina de Alcoy… Y en algún sitio más que no recuerdo.
– ¡Vaya hombre, qué excursión más completita!
– ¿Quién eres tú? ¿Dónde estoy? ¿Qué día es hoy?
– ¡Mira el fresco! ¡Tres por uno, la Santísima Trinidad, ni Carrefour! ¡Yo soy San Pedro y estás en Los Sanfermines de Huelva, no te jode! … ¡Ah, y hoy es catorce de julio de dos mil cuarenta! ¡Creí que andabas en el inframundo!¡Ya está bien de que te encierres sin cabestros!
– ¡Camarero, pon otras copas, las pago yo!
…Y cuando se despertó, el toro todavía estaba allí.
 

ENCIÉNDETE

Juan José Fierro Martínez

El extranjero no podía perdérselo, había ahorrado dos años para descubrir el misterio tras las letras de aquel libro viejo. Corría emocionado mientras el tacón de los botines nuevos componía la música en su choque incesante contra el adoquín. Se acercaba la hora y el río rojo que se apostaba contra el ayuntamiento hacía vibrar la ciudad. Un río rojo, una gente de sangre caliente esperando el despertar de la llama.

Helada como el océano en invierno, reposaba la llama sobre la mesa. No había vuelto desde julio pasado y todos deseaban verla. No era fuego como el de una vela, no tenía ondulación serena. El río alborotó su caudal y la llama voló sin cadenas. El viento amenazó su despertar, la humedad quizás la ahogaría en el vacío, pero ella luchó ferviente su nueva guerra, aquella en búsqueda de su naturaleza eterna.

En lo alto, entre las mágicas nubes, sintió el clamor de la multitud inquieta y, con el sol en su máximo esplendor, estalló la llama de emoción sincera. El cielo cayó y se perdió el silencio, se creó la voz, apareció el momento. En el final de su viaje, intrépida, encendió la península entera.