ÉXTASIS
ángel Andueza Martinena
Sería difícil expresar la inmensa emoción acumulada en ese momento. Rodeado de blanco y rojo, a una velocidad trepidante, su corazón palpitaba como nunca antes. La secuencia se paralizó. El asta del toro remaba milimétricamente acompasada a la carrera del joven. La gente del vallado ya gritaba el “ay” de los sustos y se congeló en su alma la imagen. El mozo respiraba viviendo el éxtasis, la situación de riesgo, el vértigo de la puntada. Un instante, un suspiro… Algunos testigos prefirieron mirar a otro lado. De repente, el corredor volvió a la realidad. Se acordó del Rocío, de su novia, de su juego de rejones en la finca de los Domecq. Sintió la gloria del héroe en un momento, la consecución de su sueño de correr en los Sanfermines. El pitón alcanzaría el muslo, el sonido de los cencerros de los cabestros desaparecía asfixiado, el silencio inoportuno se vestía de tragedia … y en ese momento…, alguien lanzó un capote que hizo al astado cambiar de rumbo. El mozo cayó al suelo por la derecha y los toros siguieron su curso por la izquierda. En el próximo encierro volvería a experimentar el aliento de las reses resoplando por los glúteos.
LA BESTIA QUE NOS UNE.
Concepcion Valle Santos
Tal y como dice mi abuelo no hay nada que se parezca a la sensación de la salida del toro para recorrer esa calle «abarrotá».
Solo valientes con nervio puro e innato sienten lo mismo que la bestia.
Esa bestia que engrandece los siete días mágicos en Navarra.
Aun a miles de kilómetros mi abuelo y yo sentados frente a la televisión nos acercamos un poquito al Santo. Él, posiblemente para que no llegue la sangre al río.
Yo, para pedir por él.