LA MARABUNTA
Marta Morant Escrivá
La experiencia resultó de lo más evocadora. El vino desató sus sentidos y la memoria le trasladó a aquellos sanfermines del 98, cuando comprendió que aquella tierra era un mundo aparte. Cerró los ojos. Una alegre marabunta uniformada de rojo y blanco invadió el espacio de su cerebro reservado a la cordura. Al girar la curva de Estafeta, el paso de los miuras levantó el polvo que los años dejaron en las suelas de tantos corredores que a golpe de periódico guiaban los toros hacia la plaza. El miedo y el ansia podía palparse.
Unas magras con tomate después, recuperó las energias suficientes para llegar a la corrida de la tarde. Tras cantar y bailar con propios y foráneos pudo verificar que aquí todo el mundo es amigo y que si, la comida y la bebida caían del cielo, y el agua de algún balcón.
Durmió como un niño en el mejor hotel, uno con miles de estrellas, bajo los pies de la luna en los jardines de la Taconera.
No sé que daría por volver a aquel embrollo folklórico-festivalero. Él, que tan sólo había ido a Pamplona para visitar la feria de ganado, y con aquel chupinazo habían estallado sus ganas de vivir.
ALGORITMO SANFERMINERO
Iñigo Salvoch Hualde
El año en que lo iban a desprogramar, el androide Lenar-7 decidió regalarse una experiencia que muy pronto olvidaría. Asomado al balcón de la vigésima planta de Hotel La Perla, procesó las señales del barullo de humanos y artificiales que bailaban a sus pies mientras reflexionaba sobre lo absurdo de su existencia. Le corroía que amor, miedo o felicidad fueran sólo conceptos que cruzar. Big data. Por eso, cuando horas después escuchó el cohete que anunciaba que los toros estaban en la calle no se le aflojó ningún fusible. Acomodó su paso a la carrera de centenares de pamplonicas de blanco y rojo e intentó contagiarse de sus emociones. Ni un triste hormigueo. De pronto, una chica tropezó delante suya, quedando a los pies de un toro rezagado. Descubrió el pánico en sus ojos. Lenar-7 citó al morlaco e intentó un requiebro, pero no pudo impedir que el asta rasgara su coraza metálica y cortocircuitara sus paneles. Se desplomó. Su última visión fue la mano de la chica que intentaba embutirle los cables humeantes mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. Fue entonces, en el instante en que dejó de procesar, cuando Lenar-7 sintió un chispazo fugaz que lo sacudió de arriba abajo.