XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


TAURALIA

Lorena Barrionuevo

Desperté ese día muy entusiasmado,lleno de energía y con mucha sed quizás por las ansias de descubrir, ésta vez por fin, los infinitos secretos de la tan renombrada celebración. Nos juntamos para desayunar y cada uno combinó con su grupo tácticas y estrategias para sorprender en el corredor, como así mismo para los escapes básicos y necesarios en caso de accidentes. Yo solamente esperaba no patinar o resbalar cayendo de bruces, no tanto por resultar herido pero sí temiéndole a la imágen obsecuente que buscan los fotógrafos en esos días.Y de pronto fueron creciendo las voces y la adrenalina de todos los participantes; tanto humanos como animales se volvieron protagonistas de la euforia. Salimos amontonados y en las primeras curvas sentí flojas mis rodillas hasta que me dejé caer generando un pisoteo descomunal entre hombres y hermanos.Y fue así que simulé estar herido; por que lo que menos me gusta es correr ó agitarme, y estando en el suelo percibí como la excitación humana se me instalaba en el morro pudiendo desglosar la metáfora de encerrar sus miedos,fracasos y dolores aunque sea una vez al año; sin vencedores ni vencidos…orgulloso por haber comprendido de una vez la celebrada causa. 

NUESTRO SANTO

Cindy Lizeth Chaves Rios

Pobre de mi, pobre de mi, cantaba el abuelo frente a un pequeño espejo que hacía parte de un viejo armario de madera, la misma situación se repetía a la mitad de cada verano, alentando en mi una profunda curiosidad que era frenada por una educación en la que se me dictó nunca preguntar por aquello que no era de mi incumbencia. No fue sino hasta la edad de 15 años que pude comprender que en esa escena habían detalles que me llevarían a descubrir el porqué la algarabía festiva terminaba cada 14 de julio.
El notable traje blanco, acompañado de un pañuelo rojo que le cubrían las arrugas de su estilizado cuello, la cerradura ubicada en el borde del espejo, el llavero en forma de portada con el dibujo de un toro que siempre llevaba colgado de su cinturón café y un libro de Hemingway. Cualquiera diría que en este punto el caso estaba resuelto pero la verdad es que mi entrega al papel de Sherlock Holmes revelaba un rotundo fracaso en mi rostro, por lo que el abuelo conmovido solo atino a preguntarme – ¿A quien le rezamos todos los años? Mientras mi abuela le respondía : A San Fermín nuestro santo.