FLOR DE UN DÍA
José ángel García López
James estaba sudando, ansioso por enfrentarse a su primer encierro.
Su camisa blanca se le pegaba a la piel empapada del miedo y el orgullo de su primera carrera.
En la muñeca portaba amorosamente anudada, una pulsera, regalo de su mujer, con el amuleto de un dibujo de un canguro, venido del otro lado del mundo, desde Australia; porque la pasión no entiende de lejanías ni de idiomas.
A su alrededor casi todo era silencio, pero también ánimos, saludos y replicar de periódicos contra pantalones relucientes.
El ritual del encierro estaba a punto de comenzar, lanzado por la pólvora.
Se abrieron los portones y salió la manada.
Sus piernas templaron músculos y desgranaron toda su potencia vital hacia las piedras del suelo terrenal.
Fueron trompicones, empujones y sustos por las posibles acometidas de los toros atemperados por los gritos de los corredores.
Curvas traicioneras y compañeros caídos, segundos de inquietud.
El sudor se cambió casi al instante por la insumisión del que no quiere que algo se acabe justo cuando se termina.
Todo había sucedido en un abrir y cerrar de sus ojos al santo.
Fueron segundos eternos, cuyo único objetivo no era otro que celebrar su valor, la amistad y la vida.
LA CONCIENCIA DEL VERDUGO
Irantzu Albeniz Goñi
Ella sacudió la cabeza y pensó que, finalmente, se había hecho justicia. Su dilema había terminado, la decisión estaba tomada. No es la primera vez que esa sensación le invadía, pero su habitual negativa a enfrentarla había cansado ya demasiadas muertes.
En sus manos estaba evitar el fin de “Navajito”. Esta vez sí lo consiguió: miró por un momento su ornamentado traje de luces con odio, sintiendo cómo la rabia le invadía. Ya no había vuelta atrás. Su abandono se materializó frente a la atónita mirada de su cuadrilla y el abucheo del populacho.
No se trató del habitual desplante por falta de agallas en plena faena, se trató del triunfo de ella, su conciencia, frente a la presión del vetusto mundo de la tauromaquia.