XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


CORAZA DE ROJO Y BLANCO

Ibeth Karina Diaz Perea

Después todo el olor a sudor se esparce como el polen en las flores. El sonido retumba como un disparo en medio día, como cohetes listos para ser lanzados o como cuando es la hora del almuerzo, sin perdernos ningún detalle de él, así de sedientos, así de impacientes.
Quien te puede atrapar es la pregunta… ¿Yo o ellos?
Quizá la forma, la emoción o el singular rostro detrás de un toro. La coraza de rojo y blanco o de pronto sea la magia de las caderas al balancearse sobre la curiosa melodía del” Riau, Riau”.
O quizá sea el, ese rostro que me lleva a pronunciar su nombre, cada vez que me veo debajo de los gigantes o de los fuegos artificiales después de haber reído tanto. Si… tal vez fue él; San Fermín y al final no nos basta con despedirnos, porque a veces las canciones si lo describen todo «pobre de mi….».

 

LA CIUDADANÍA DE LOS CUERNOS

Leonardo Jesús Santiago Cavieres Martínez

Remando a la teología de las piernas fuertes y sudosas, huyen de la cristiandad con las sonrojadas mejillas gordas. Utilizan los cuentos propicios del San Fermín mientras recorren Pamplona en gritos de gozo, y tomando prestado los días del santo hijo y el santo padre, ríen con su pícaro carisma del chupinazo y su mágica consecuencia de demencia y libertad. Ahí entra Pedro, un hermano olvidado entre la fantasía del color flameante y sus metáforas de carne y furia, ayudando a la buena ciudadanía del glorioso español.
«Hoy mataré a unos buenos insensatos», me dijo, en orgullo y benevolencia. Dejé ir a pedro, y con sus hachas craneales avilanteces de honor, atravesó las costillas de un ingenuo bufón.
Pedro, digno y sin miedo, aceptó el sacrificio de un puñal y una parrilla en calma, impertérrito.
Antes de irse, Pedro me regaló su corazón de diamantes y sus bestiales ojos de oro. Me pidió un favor, el cual prometí cumplir gustoso; era un particular gruñón del deber y la protección, mi madre siempre le quiso por eso, así que acorralado como las yeguas de Carla a la hora de parir, tuve que impartir espíritu civilizado por las calles, como Pedro y sus cuernos.