XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


MEMORIAS DE UN PROTAGONISTA

Prospero Gustavo Ingrassia

¡Ahh..! ¡¡Cuánto placer!! ¡¡Otra vez Sanfermines y en Pamplona!!

Después de trotar tantos encierros cuando vivía allí, vuelvo a disfrutarlos nuevamente pero más relajado, sin la adrenalina que inunda tus calles en estos días.
Te he recorrido siempre, desde pequeño hasta adulto, desde aquel primer Chupinazo en 1931.
Llevé en mis venas la sangre y el instinto de una manada que siempre ha estado de pie, a pesar de los tiempos y de los cambios. Pero siempre de pie, como los árboles hasta su muerte. Y yo, que morí miles de veces allí, para volver a renacer siempre como toro en Pamplona, ¡ya me siento un superhéroe!
¡Qué deleite es asistir a las corridas habiendo sido un gran toro de Miura! Ahora disfruto verlas desde esta tribuna que el cielo de los toros me habilita, en parte añorando estar con el cuerpo como quienes corren al son de las pisoteadas taurinas. Cuando me permiten bajar a la Tierra, elijo siempre a mi Pamplona y sus Sanfermines.
¡Ahh..! ¡¡Cuánto placer!! Es algo que los humanos jamás entenderán.
 

ASESINATO EN LA ESTAFETA

Jaime Martín Martinez

Al llegar entrevisté a los vecinos, incluso a la mujer y a la suegra. Nunca mis entrevistados habían llevado igual vestimenta, salvo el del tercero que en vez de pañuelo rojo lo llevaba verde, y tampoco me había tocado cerrar ventanas para que cánticos y charangas no se escucharan en la grabadora. Todos dijeron que al muerto le encantaban las fiestas. Eso y la foto de cómo lo habían encontrado en la cama acuchillado me dio la pista. ¿Quién tan sanferminero podría llevar la faja en el lado derecho? Fue por esto que tuvimos que revisar la maleta de su suegra, que sabíamos que había llegado hace poco a Pamplona. Allí estaba el arma homicida. Fuimos a arrestarla. Estaba en la procesión y cuando vio los coches de policía, empezó a correr. Yo le perseguí por kilikis, gigantes, curas, cofradías y fue al llegar a la cadena, que las peñas hacen alrededor del santo, que la agarré. Mientras se oía una jota no sólo lloraron espectadores, ella confesó haberlo matado en un ataque de celos con lágrimas en los ojos. Otro caso resuelto. Sólo faltaba una cosa, llamar a mi mujer para decirle que llegaría más tarde y pasar dos días disfrutando aquellas fiestas.