XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


FLECHAZO EN LOS TOROS

Angela Resano Iñigo

Año 2014. Día 9 de julio. San Fermín. Lugar: Plaza de toros de Pamplona.

Música, gente… Más música y más gente.
Era una tarde calurosa y llena luz, como si el ambiente nos mandara un mensaje, como si fuera un día que ya estaba escrito en el libro de nuestro destino.

Consigo llamar tu atención tirando de ingenio, ¡y tirándote cacahuetes! Cada uno con sus amigos, pero sin quitarnos ojo de encima el uno del otro… Cruce de miradas, sonrisas, y una sensación extraña, parece que nos conociéramos de toda la vida, aunque es la primera vez que nos vemos, y nos gustamos. Se nota.

Ya siento el flechazo y me ha dado de lleno. Termina la corrida, y con la salida de las peñas más cruces de miradas y bailes al ritmo de las charangas. Nos tenemos que separar, pero yo sé que no es el final, yo sé que nos volveremos a ver, aunque tenga que remover cielo y tierra.

Remuevo cielo y tierra, y doy contigo. Después de mucho insistir, consigo unos minutos de tu vida, que se convierten en horas, en días, en años… ¡y ya van casi 5!
La próxima cita: nuestra boda, 28 de septiembre de 2019.
 

SENTIRLO OTRA VEZ

Mikel Bueno Tapiz

Siento los nervios que me acompañan cada año cuando el calendario marca este sexto día de Julio.
El estruendo del txupinazo será quien marque la hora de encontrar las calles abarrotadas, las cálidas caricias del sol, o la apetecible sombra de un árbol para hacer frente al día más largo del año. Ansío correr otro años más delante de esas amenazadoras y cabezonas figuras que me persiguen bajo la sombra de los imponentes gigantes. Ver cómo ni siquiera la noche es capaz de oscurecer las miles de camisetas blancas que invaden la ciudad, o vivir la sensación de cómo el cartón de la piel del toro se trasforma en el más peligroso de los vellos con el paso de los años.
Veo pasar las luces sobre mí; el suelo empapado e impregnado con un no muy agradable aroma que, sin embargo, añoro durante todo el año; las decenas de lenguas que Pamplona habla. Veo risas y júbilo.
Pero ahora, al final, cuando parece que todo se acaba, aun puedo ver la estela de un cohete que ilumina mis agotadas pupilas. Escondidas bajo dos cuencas de arrugada piel tras setenta y dos chupinazos, mis boca dibuja una sonrisa expectante de la traca final.