JAMAS LO IMAGINÉ
Teresa Agorreta Fernandez
Un día cualquiera en la dehesa extremeña. La carrera comienza al alba. Cuarenta y dos pares de pezuñas trotan por el corredero a paso raudo y veloz espoleados por los pastores.
Hermosos ejemplares compiten entre sí en una carrera fulgurante.
Esta escena se repite día tras día. Las reses más veloces son seleccionadas.
Al punto de la mañana, un cohete anuncia la apertura de la puerta del corralillo. Se inicia una carrera sin igual. Al fondo, delante, una marea humana blanca salpicada de pañuelos rojos. Los toros corren, tropiezan, sortean los obstáculos, hasta llegar a su destino.
Objetivo: el ruedo. Dos minutos, trece segundos.
CIEN AÑOS ES UN SUEÑO
Pilar Fernández Larrea
Hacía frío aquel invierno, los Reyes Magos habían dejado una anguila de mazapán en la ventana, en su cajita redonda cubierta por la escarcha de la mañana, con las bolitas de anís y las frutas confitadas. No llegó el tambor. Es igual. Lo volvería a pedir el próximo año. También la cajita se podía tocar con unos palos de los avellanos que hay al lado del río, allí donde los corralillos. Y sonaba y él abría la ventana y se sentaba en el alféizar. Llegaba la primavera, cantaban las golondrinas y entonces él tocaba más fuerte, más rápido. Porque ya falta menos para ese redoble. Casi sin pensarlo ha llegado el día. Seis meses y tantas partituras después, es 6 de julio. Ahora sí, descuelga la camisa blanca. Se viste como una liturgia. Coge el tambor al hombro y corre calle arriba, por la cuesta de Santo Domingo, a la plaza del Ayuntamiento. Apenas quedan horas. Los nervios aprietan el corazón y desenredan los recuerdos de aquellos años en el alféizar. Son cien años de música, de una banda, de un deseo, de tocar a la ciudad.