XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


OFREZCO RECOMPENSA

Isabel Garcia Viñao

-¡Por fin te has animado a tirar las zapatillas a un contenedor! ¡Qué alegría! –me dice mi mujer al ver que llego a casa descalzo.
– No, no las he tirado. Después de correr en el encierro, me he ido al Mirador del Caballo Blanco. Como los pies me echaban fuego, me he descalzado. Me he quedado dormido bajo un árbol y al despertar… al despertar, ¡que si quieres zapatillas! Ya sabes que llevaba diez años corriendo en los encierros con ellas, que las cuidaba, que les daba con una lija en la suela para no resbalar y que siempre que las llevaba puestas me acompañaba la buena suerte. Por todo esto, tengo que encontrarlas para correr otro decenio más y al final guardarlas como una reliquia.
-¡Qué cosas se te ocurren! ¡Tacaño, más que tacaño! –grita Muskilda, y dando un portazo me deja solo.
Yo no pienso más que en las zapatillas, en cómo recuperarlas, y, por ello me dirijo a un periódico navarro para ofrecer 500 euros de recompensa a la persona que me diga cuál ha sido su paradero. Además, cuando mi mujer lo lea en el diario se va a enterar de lo tacaño que es su marido.
 

UNA EXAGERACIÓN

Montserrat Martín De La Mota Casarrubios

Los recuerdos más entrañables de mi infancia duermen en el mes de julio.
Mi madre esperaba los Sanfermines con auténtica devoción y nos hacía disfrutarlos como si estuviéramos en Pamplona. La tele no daba para mucho, pero los vivíamos con intensidad.
Después de ver, desde los anuncios de chorizo hasta los créditos, cada programa, nos narraba las anécdotas de aquel viaje de juventud a la fiesta del toro y las charangas recorriendo las calles, que cambió su vida, decía ella. ¿Cambiar la vida? Nos parecía una exageración, sinceramente, por mucho que se hubiera divertido.
Siempre quiso volver.
El abril en que mi hermano y yo cumplimos dieciocho años, sentenció que se habían acabado nuestros pocos y raquíticos caprichos. Íbamos a juntar para viajar a San Fermín. Pero no pudo. Se marchó con prisa y se llevó la pena de no pisar de nuevo la calle Estafeta.
Y ahora, cuando el Caravinagre y el capotillo del Santo son solo ayer, llega esta carta. Divorcio y reencuentro. Palabras a destiempo, acompañadas por una foto de hace treinta años en la que puedo ver los ojos de mi hermano en los de usted. Sorpresa para todos, ¿verdad? Ella tenía ese estilo: no molestar.
Sin embargo, ahora comprendo.