XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


HANS SOLO

Roberto Castejón Visiedo

Hans, el danés al que habíamos bautizado como “Hans Solo” —porque la fiesta le pilló mientras realizaba en solitario el Camino de Santiago— dormía la resaca acurrucado a su mochila sobre el césped de la Vuelta del Castillo. Tras nueve días de jarana, el resto de la cuadrilla tampoco tenía mejor cuerpo.
Amanecía y yo no podía dormir. Daban igual las horas de sueño acumulado. Extrañamente, a pesar del cansancio, me encontraba de lo más lúcido y sereno.
«De Saint Jean a San Fermín. Y luego a Santiago». Imaginaba la ruta como un juego de la oca. «De santo en santo y tiro porque… ¿Qué santo será hoy?», pensé.
Otro santo —bendito Google— me dio la respuesta: «15 de Julio, San Ansuero y compañeros».
Un perro grande, marrón y lanudo, se acercó hasta Hans. Olisqueó sus pies descalzos, lanzó un aullido ronco y comenzó a lamerlos. Chewbacca y Hans Solo. Tanto monta.
Hans se despertó echándose mano a la cabeza:
—¡Ammmnnnhhh…!— se quejaba. Y golpeándose la cara interna del codo con dos dedos, suplicó:
—¡…suerrroooo…!
—¿Suero? ¿An-suero?— imité en un pésimo spanglish.
Estallé en carcajadas. Chewie huyó asustado. Hans quedó tumbado boca arriba mientras mis colegas nos miraban con cara de no entender nada. 

LOS SAN FERMINES QUE PERDÍ EL MIEDO

Sandra Iraizoz Cía

San Fermin es mirar a caravinagre a la cara y decirle: ya no tengo miedo. Es reír con gorgorito.
Es la vecina de 80 años mirando a la juventud festejar y recordar tiempos pasados.
Es entregar el chupete a los gigantes y pasear de la mano por los puestos de la taconera.
Es un «love forever» en la puerta de un baño. Es conocer gente por unos segundos o incluso amistades para toda la vida.
Es un partido de pelota o un campeonato de rugby.
Son franceses, ingleses, australianos y hasta brasileños en un mismo metro cuadrado.
Son momentos, risas, vivencias, anécdotas y acontecimientos que sólo se viven en San Fermín.