XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA ELECCION

Jesús Maria Arregui Celaya

Elegí transitar por caminos de silencio, atravesar sendas quebradas por las aguas del deshielo, andar por valles sobre el suelo resquebrajado de un desierto agónico, rodear montañas blancas como un merengue, admirar cordilleras con picos como cuchillos.

Elegí hablar y compartir unas horas de mi vida con quienes subsisten en este paraje hostil.

Estaba satisfecho con mi decisión.

Pero conforme se iba acercando el día seis y mi cabeza se trasladaba a miles de kilómetros, me sentía desleal por haber traicionado a mi fiesta.

Las 15,30 en la India, estoy a 4.600 metros de altitud, frío, la mirada fija en el horizonte.

Deseo tanto estar allí…¿Y por qué no?

Pamplona-Iruñea, 12,00, calor, griterío, nervios, blanco y rojo, la cuadrilla, el almuerzo, el chupinazo…
¡ NO PUEDO MÁS!

Subo a una pequeña roca que domina la ciudad de siete tiendas de campaña, cierro los ojos y grito con todas mis fuerzas: ¡VIVA SAN FERMIN! ¡GORA SAN FERMIN!

Me anudo el pañuelo rojo al cuello y brindo con un té caliente.

Lágrimas de alegría y nostalgia se deslizan por mis mejillas: lo he logrado.

 

MOVIOLA

Jesús Gella Yago

Toros, cabestros y pastores desandan el diámetro del ruedo al abrirse la puerta de chiqueros. Bandadas blancas de corredores dejan el resguardo de la barrera para envolverlos. El conjunto es engullido por la sombra del callejón, emerge por la puerta de la plaza y se acomoda, como un fluido a su recipiente, al vallado de Telefónica bañado por el sol. La multitud retrocede por Estafeta. Una faja se suelta de un asta y vuelve a anudarse en la cintura de una corredora. Al doblar la curva hacia Mercaderes, dos toros elevan sus cuartos traseros y saltan sobre varios corredores tendidos. En cuanto pasan vientre y hocico, los corredores empujan el suelo de loseta y adoquín con las manos, trastabillan y continúan persiguiendo a los toros hasta el Consistorio.
Páralo, justo ahí. Congela a ese corredor que mira sobre el hombro para medir la distancia y la velocidad de un jabonero en Santo Domingo. No toca el suelo, tiene las mandíbulas apretadas y el latido suspendido en un bombeo de adrenalina. Solo oye el resuello del toro. Puede mirar directamente a los ojos de media tonelada de libertad y belleza cinceladas en músculo.
Una mirada que lo resume todo. San Fermín es un instante eterno.