XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


SAN FERMÍN «FESTA»

Alfredo Charles Chevannes

Finales de Junio.Todo empezó tras un encuentro en la Pensión Urola de Zumárraga. Habíamos coincidido en el comedor; Santi, Practicante asturiano; Manolo Ingeniero Industrial de Tudela y yo Médico oriundo de Panamá. Hubo una exquisita comunicación de empatía al presentarnos, por mediación de las tres hermanas propietarias.

El día del “Chupinazo” ; Manolo, propone pasar 24 horas en Pamplona. Personalmente, desconocía lo que eran los “San Fermines”. El grado de confianza transmitido, me hizo aceptar. Santi, entusiasmado, no podría acompañarnos estando de servicio.

Sin una percepción clara de lo que iba encontrar, supuse, con mi timidez y grado de cohibición a miradas de grupos extraños; que tenía que vestir de manera formal. Manolo, un tanto perplejo, me dijo: “Fredd”… que son las Fiestas de San Fermín!… Seguía sin entender nada.
Nos pusimos en viaje.

Descubrí nada más llegar ! … la llamada del estruendo en el aire, sensación de una Fiesta impactante, y sinigual. La ciudad, en su “pañuelo rojo”, anudaba al mundo entero tiñéndolo de “Arco Iris”. Como reza su ofrenda; con aires de “Jota”, sus Gigantes, Cabezudos, Zaldikos y Kilikis en medio de una algarabía armónica de “Peñas”, Tamboriles, Txistus, Gaitas y tragos de Bota.

Gogoangarria ! Memorable !

 

DE SANGRE

Justo Gonzalo

El sudor corre por mí frente a la par que mi excitación va en aumento ante el inminente suceso del que voy a formar parte. El cordón policial se abre y todos tomamos posiciones. Con la mirada clavada al suelo, casi sin hablarnos pero reconociéndonos de otros años. A lo lejos, se escucha el estruendo del cohete y el de los corazones latiendo aceleradamente. Doy varios saltos para visualizar donde se encuentra la manada. Ya están cerca, lo intuyo viendo la velocidad de los mozos. Escucho los cencerros y huelo el peligro en el instante que echo a correr a empujones para encontrar mi hueco en la cara de los animales. Lo consigo, es mi primera vez, siento los cuernos de los cabestros como acarician mi piel al entrar en el callejón. Entro en la plaza exultante, con la adrenalina por las nubes y una sonrisa de satisfacción que no cabe en mi rostro. Me reciben aplausos y vítores, de esos, que llegan al alma. Miro al cielo, doy gracias a mi padre por estar sano y salvo y por poder honrar, otro año más, su memoria.