XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


EL EMPUJÓN

Naiara Sanchez Inda

¿Quién no ha sentido alguna vez ganas de matar a alguien? Puede ser un ataque de ira sobrevenida… Un odio visceral ascendiendo ardiente por el estómago… Una envidia corrosiva abrasando el interior de tu cuerpo… Es cierto, estoy exagerando. No hubo efectos especiales y mi hazaña no inspiró ni al mismísimo Tarantino. Todo esto es fruto de mi mente, que en lugar de simplificar los recuerdos, es capaz de tirar cohetes y hacer de una banalidad todo un mito.

— Lo único que sé con certeza es que ayer se presentaba un día ideal. El cielo despejado, quince grados… A pesar de ser las cuatro de la mañana y morirme de sueño me vestí y salí enérgica por la puerta. Llegué a la calle Santo Domingo y deposité mis pertenencias: una mochila y una manta. Sin darme cuenta llegaron las ocho menos diez y mi vejiga no resistió más. Cuando regresé del baño y vi a aquella mujer en mi sitio, solo pude empujarla y recuperar mi lugar. Cayó por la muralla a la vez que asomaba el primer astado por la cuesta y sufrió una grave cornada. —Silencio—. Yo solo quería disfrutar del encierro, como todos los días… ¿Es eso delito, señor agente?
 

SANFERMIN-MADRES

Pilar Aristu Aramburu

¡Se merecen lanzar el «Txupinazo»!
Por fin seis de Julio. La música sanferminera resuena en la casa. Todos se levantan como un resorte.
El resto de las mañanas de fiestas mejor que reine el silencio, no sea que se despierten del sueño, no siempre reparador, que sigue a la fiesta nocturna.

Atrás quedan días de preparativos; ropas, fajas y pañuelicos, calzado y hasta algún sombrero de los que se llevan a «los toros» que, extrañamente sobreviviera a la pasada feria. Sin faltar, por supuesto, las provisiones culinarias; ajoarriero, magras con tomate, puchero de «caldico» que entona más que el «Chunda Chunda» de Las Peñas.

Aún no habiendo realizado estudios para la especialidad, las madres de Pamplona podrían impartir clases magistrales sobre lavado y planchado de ropa blanca; sin caer en la tentación de echarla al cubo de la basura.

Sin olvidar a aquellas madres de antes que, transistor en mano, rogaban e imploraban al Santo por el buen transcurso del encierro y regreso de los hijos, aunque fuera con la ropa dispuesta a ser introducida en aquellos baldes gigantes habitados por todos los «mejunjes» habidos y por haber.

Al menos, con el mencionado galardón, les llegaría el reconocimiento justo de esta gloriosa ciudad.