XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LO QUE QUEDA AL FINAL

Raquel Ugartondo Armas

Madrugada, fin de fiesta. Paseando por la Iruña vieja. Hay algunos despistados, que no quieren despedirse.
Apoyo mis brazos en el entramado de maderas que cierran las calles todavía. Ayer eran cientos los brazos y las caras, la sorpresa en la mirada, la tensión del encierro de aquella tropa que se abandonaba al galope después de un sonoro cohete que explotaba en un cielo cargado de bochorno. Eran mozos y mozas que corrían. Los toros, un recorrido cargado de emociones, donde la caída generaba el sobresalto y el esquivo elegante del corredor, el merecido aplauso.
Pasa el camión de la basura, montañas de vasos que ayer llevaron el alcohol a las gargantas aligerando el alma de tristezas. Hoy los gaiteros no despertarán la mañana.
Camino de la Plaza del Castillo hasta la Taconera. El parque se abre a un verde que ya amarilleó para los primeros días de julio. Me acerco a la orilla del Arga que baja un poco flojo de corriente. Recuerdo mis días de infancia y una historia, Gorgorito salvando a la princesa de las garras de una bruja mala a garrotazos.
Sentados en un banco una pareja, vestidos todavía de rojo y blancos. Abrazados. Enamorando el aire con sus BESOS. 

IN LOCO PARENTIS

Juan Manuel Velasco Centelles

No lo vio en el de ayer. Tampoco en este segundo encierro divisaba, desde el pináculo de su balcón, sus habituales ejercicios de calentamiento en las inmediaciones del portal. Las 7:35. Extraño. El corredor de la camiseta rojiblanca presentaba ritualidad en sus costumbres y ganaba la posición del edificio, mediada Estafeta, sobre las 7:15. Aunque desconocía nombre y procedencia, le preocupó íntimamente su ausencia.
Tenía documentados fotográficamente los veintiún años últimos de sus evoluciones. Lo que comenzó como azar, derivó primero en fijación y después en obsesión. El chico ya no era tal; un hombre encanecido, cifótica la espalda, había sustituido al inicial y aunque se mantenía delgado, hacía dos sanfermines que le advirtió el tranco acartonado, bajas las rodillas, la carrera más corta.
Pero también sus treinta años inaugurales habían desembocado en los cincuenta; las carnes reblandecidas, retirado el colágeno de sus labios de voyeur.
–¿Adónde vas? Solo restan quince minutos…
Abajo, calló en su descenso apresurado. Acababa de avistar a otro chico con idéntica camiseta rojiblanca en los aledaños del portal.
Tras interesarse por el incompareciente, el debutante le confirmó que a su padre la vida le había corneado la aorta desde dentro.
–Los toros no pudieron. Correré en su memoria.