XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


MUERTE EN LA TARDE

Eladio Albeiro Bedoya Balvin

Ajustó la corbata frente al espejo, bruñó el bigote siempre abundante sobre los labios cuarteados y echó un último vistazo al trago de brandy barato antes de sentarse frente a la mesa.

Sí, le compondría una carta a Francis.

Tal vez comenzaría en ese junio de 1923, de pie, fundido en los ojos de Pauline. Supo que jamás volvería a amar a su esposa Hadley. O iniciaría platicándole sobre su buena vida; las aventuras que tuvo en lugares insospechados. Quizás le mencionaría para presumir, que ganó el Nobel.

Pero de repente, fue asaltado por un torrente de amargura y una lágrima fría y huraña cayó sobre el papel vacío, y se percató de haberle dicho a Fitzgerald ya todo lo que debía en su misiva anterior: “El paraíso ha de ser una plaza de toros y un río con truchas”. Lo supo esa vez en Pamplona y lo sabía ahora.

No existía más por hacer: había cancelado la reserva en la 217 de La Perla. Y sabía que aunque escribiera la carta, Francis no la recibiría.

—Pobre de mí… —dijo entonces Ernest Hemingway acercándose a la pistola —tendría que morir con una espada, como los toros.

Idaho, 2 de julio de 1961.
 

LÁGRIMAS

Josemi Albizu Gabari

Cuando supe que aquel año no tendríamos Sanfermines, me derrumbé. Quizá fueran los últimos en los que mi padre guardara cierta lucidez. Apenas me reconocía ya. Y me propuse provocarle una chispa en su memoria, abrir una ventana, que me permitiera tenerle una vez más.
El 6 de Julio, no sé si a las doce, mi padre y yo, nos sentamos frente a la televisión de la Residencia. En la Plaza Consistorial los mozos se movían en una marea de blanco y rojo, como un solo ser, rezando un salmo nacido de una sola garganta.
Mi padre observaba más serio que nunca. Y me miró también a mí como si me viera por primera vez. Aquello me apuñalaba. Tomé su mano como tantas veces en aquellos meses, como si le sostuviera el alma. Y justo cuando el alcalde ya depuesto gritó a los pamploneses, sentí su mano muy fuerte y quise que aquella sensación no terminara. Saltó en la pantalla el chupinazo de un año atrás y en aquella sala vacía de la Misericordia, explotó más fuerte que nunca. Sólo entonces me atreví a mirarle. En sus mejillas se perdían ya dos lágrimas en las que probablemente escapaban todos los recuerdos que le quedaban.