FERMÍN, EL TORO SIN RODEOS
Begoña Riveiro Esteban
De joven, Fermín era tan fiero que lo coronaron toro de rodeo. Lanzaba estocadas orgullosas con sus astas; terribles como argollas, y se batía en justo duelo con caballeros en vestiduras pomposas.
Pero en este día, se prometió, abandonaba el ruedo. Demasiados buenos años dedicados al espectáculo lo habían dejado bastante maltrecho. Ya no lucía el cabello umbrío y lo sostenían pezuñas melladas. Habló con su agente sobre lo mucho que le cansaba trotar en círculos. Daba la sensación de que vivía en constante repetición. Salir, capear, desmontar y de camino al camerino.
Por una vez, deseaba caminar calle arriba; en limpia línea recta. Deseaba pasear por un pueblo en el que no se supiera su nombre. Deseaba beber agua de arrollo acodado en la taberna sin farragosas interrupciones. Le pesó donar sus posesiones, pero así lo hizo. A fin de cuentas ya tenía ahorrado más que suficiente para el bien merecido retiro.
Fermín salió a festejar entre calles. El blanco le sentaba como un guante y llevaba al cuello su pañuelo favorito. Las encontró regadas en vino. Adornadas de amplias sonrisas en los ventanales.
“Qué raro”, se dijo, “a ver si el año que viene salen estos del nido”.
PROTAGONISTAS
José Luis Mediavilla Fuidio
Descarado correteaba juguetón por su dehesa bajo los rayos del sol; pero, de improviso, unos extraños lo arrastraron al interior de un oscuro cajón para acabar confinado en unos corrales.
Pintado el mejor cabestro guía abandonó sus campos dispuesto a conducir el encierro.
Patxi siempres calentaba en Telefónica… asiduo corredor, montañero y jugador de futbito.
Vicente al llegar a Pamplona… No quería ni pensar ¡Menuda noche ! Chupinazo, kalimotxos, pacharán, juerga y al día siguiente… ¡el encierro!
Después del cohete, un rabioso Descarado se adelantó a los cabestros en la cuesta de Santo Domingo, Pintado se interpuso. Dos poderosas bestias enzarzadas en una lucha salvaje. Se rompió la manada y un torbellino de cuernos atravesó Mercaderes arrollando a varios corredores. Cuando atravesaron la Estafeta Vicente, beodo, roncaba. En Telefónica Patxi ayudó a reagrupar y conducir a los astados hasta la plaza. Los dobladores tuvieron que trabajar para meterlos en los chiqueros. Todavía en el ruedo, entre el gentío, Descarado corneó a un despistado hablando por el móvil, pero luego entró directamente en los corrales. Una carrera peligrosa y emocionante, mientras Vicente dormía plácidamente cerca de la Estafeta.
Al mediodía:
— ¿Qué tal el encierro,Vicente?— le preguntaron unos amigos
— ¡Cojonudo!