XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


PERMISO

Silvia María Villanueva Santander

“No se hable más, te digo que no. Esto no es broma”, zanjó imperturbable Txomin. Solemnidad y silencio de esos que hacen daño en la mesa. “Lo sé, papá y me he preparado para ello. Llevo meses entrenando y estoy en forma, fui a varios pueblos a correr, sobre todo vaquillas…Sé lo que hago”. Su padre también lo intuye porque conoce a Maitane, pero el miedo camuflado de prudencia y la turbación con el rímel del recelo hablan por él.
Aunque hubieran pasado diez años, recordaba como si fuera ayer a una niña que a menudo formulaba preguntas poéticas. “Papá, ¿donde vive San Fermín? Habita aquí dentro”, decía siempre el aitite y me daba palmadas en el pecho emulando ese gesto tan íntimo y propio del abuelo. “Tu padre te lo mostró a ti y tú me lo descubriste a mí: tradición, sentimiento y respeto. Me enseñaste a ser valiente y a amar San Fermín y ahora no puedes volverte atrás”, exclamó la muchacha con vehemencia y convicción absoluta. Txomin contempla con admiración y desconcierto a su hija sabiendo que está en lo cierto y que no puede desandar el camino.
“Mañana no pierdas de vista a tu hermano, que no es tan ágil”.
 

LA COMPAÑÍA

Carlos Remón Sanjuán

A Toko-toko le costó salir de Autobuses. Braulia no quiso reprochárselo, pero tras el confinamiento pesaba más. Caravinagre, gruñendo por pasar Sanfermines en ERTE. Podemos irnos, autorizó Alcalde, ahí viene Fermín. Pero hoy termino antes, eh, avisó él. Me da chirrinta pasarme por Santo Domingo cinco minutos antes de las ocho. Japonesa inventariando en voz alta: Hidrogel… guantes… mascarillas… ¡Chsss!, nos van a oír, advirtió Joshepamunda. Concejal, creando comisiones de festejos en la 6ª general. . ¡Y recordad! -Joshemiguelerico serio serio-, vamos para ayudar de incógnito, no os pongáis a bailar la Polonesa, joé. Abuela, que ella no estaba para esos trotes.
Cuando llegaron, la luna llena flotaba en el cielo como un globo escapado de la mano de un niño.
Mi madre, terca, asegura que entró a la habitación una doctora que medía lo menos 3 metros. Eso dice. Que un enfermero le acompañó toda la noche. Fermín, uno muy moreno. No caigo. Le toco la frente fingiendo ternura, pero comprobándole la fiebre. Le ajusto la mascarilla de oxígeno procurando que no se enrede con el pañuelico. Es 7 de julio. No sé quién se lo habrá puesto.
Consigue sonreír y pienso que quien lleve un pañuelo de Sanfermín nunca podrá sentirse sola.