XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA SEXTA FASE

Cristina Ruperez Palomar

En estas condiciones no se pueden celebrar las fiestas de San Fermín, ha dicho el alcalde, y más sabiendo que el COVID-19 anda por ahí.
Cuando estaban a punto de dar las doce, como en el cuento de la Cenicienta, algo mágico pasó. El bedel del Ayuntamiento se dejó llevar por la emoción y en un momento de arrebato decidió echar el cohete por su cuenta, ya que para el año siguiente estaría caducado.
Cuando explotó el chupinazo, Pamplona entera tembló, fue tal el ruido que hizo que sus gentes llegaron a la sexta fase, se desató la alegría por las calles entrando en una locura colectiva que era imposible reprimir.
Los extranjeros llegaban de todas partes y emocionados querían sentir esa adrenalina que te hace vibrar bajo el sol resplandeciente.
Asustados, los virus se desintegraron quedando neutralizados durante doscientas cuatro horas, cuando el coche escoba dio por finalizadas las fiestas.
 

POBRE DE MÍ

María Zapata Clavería

Chupinazo que surca el cielo y rompe el silencio sobre la plaza vacía. Desde los balcones llenos de pañuelos rojos y banderolas resuena ¡Gora San Fermín! más fuerte que nunca. Como una sola voz todo el pueblo, hecho uno en la tristeza, llora por los ausentes. Los Corrales de Santo Domingo, Mercaderes, Estafeta vacíos de toros, vacíos de mozos y mozas, como si el tiempo se hubiera detenido cuando la cuarentena comenzó.

—Quién habría podido imaginar, hace un año solamente, que hoy nos veríamos así, confinados, por un virus más amenazante que un toro de lidia. A un morlaco lo ves venir y sabes a qué atenerte. Este bicho, en cambio, no tiene honor. Se ceba con los más vulnerables. Yo que he corrido tantas veces sintiendo las astas así de cerca y siempre he sabido burlar al toro. Pero esto me ha cogido pero bien. Y me ha tumbado. Gracias al patrón que he podido salir adelante. Como todos saldremos. Y el año que viene, correremos como nunca.

Desde la pantalla del ordenador otro mozo, vestido de blanco y pañuelo al cuello, levanta con una sonrisa y los ojos empañados por las lágrimas su sorbete de limón en una copa de champán.