XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


¡TODOS LOS AÑOS IGUAL!

Andrea San Martín Chaler

¿Qué hora será? Voy a mirar el reloj. Las 2 de la mañana. Madre mía, yo hoy no duermo. Voy a repasar todo. A las diez en la Tahona para subir a lo viejo a casa de Lacunza, calle San Antón, donde viven sus padres. No confundirse en ir a la Calle Mayor que nos conocemos. ¿Qué tenía que comprar? El cava, Andrea, el cava. No te olvides del cava para brindar. ¿Mañana abrirá el Eroski? Sí, espero que sí. Y si no de camino en alguna tienda… Esto me pasa por dejar todo para última hora. La ropa, la tengo en la silla. A ver, pantalón blanco, camiseta blanca, la blusa, la faja… ¿y el pañuelo? ¿Dónde he dejado el pañuelo? Vale, aquí. ¡Uf! Seguimos. Zapatillas viejas, calcetines altos, dinero…, bastante, que mañana es día largo. Importante, el móvil. ¿Qué hago con él? Voy a preguntar por el WhatsApp de la cuadrilla. No contestan. Bueno, improviso. Verás tú como lo pierda. ¿Y si me pierdo yo? ¡Bah!, siempre están bailando después del chupinazo en el Café Iruña y luego la comida… ningún problema. Si me pierdo, me encuentro fijo. ¿Qué más? Dormir… estaría bien dormir. Las tres ya…¡Qué nervios! ¡Todos los años igual! 

COVID-7

José Luis López García

He salido a dar un paseo con la mascarilla puesta. Un paseo de exactamente 875 metros. Éste año no tengo calor, ni los pitones aprisionados contra el cajón, ni sudor cayendo desde mi hocico hasta el suelo de paja. No oigo voces, solo veo caras anhelantes detrás de los cristales. Este año no tengo que correr detrás de bultos blancos, están confinados y todos llevan periódicos doblados en las manos pero no los agitan, parecen leerlos. Paso por Santo Domingo con calma, consciente de que me observan. Nadie me jalea, más allá de la envidia que se desprende de sus miradas. Al llegar al Ayuntamiento aminoro el paso y al pasar por Mercaderes sonrío al ver que no hay vallado y que no tengo que embestir a ningún desaprensivo. Por Estafeta todavía estoy muy relajado y contento por no ver a compañeros astillarse la cornamenta. La claridad del día me permite disfrutar de Telefónica y me deslizo unos metros hasta lo que debería ser la boca del túnel. Pero no hay nada, no hay corredores amontonados, no hay valientes a los que pisotear preso del cansancio y la adrenalina. El albero está vacío, en silencio, sin mugidos, atrapado en una extraña anormalidad.