ALMA DE PAMPLONÉS
Juan Pablo Lizárraga Zambrano
Llegaría desde el otro lado del charco como un “Guiri” más. El Chupinazo y la algarabía en Plaza Consistorial anunciarían que el cumplido sueño de vivir Sanfermines sería mucho más que una gran fiesta y anudando su pañuelo rojo prometería dejarse llevar por el espíritu de la vieja Iruña.
Temprano dianas de “La Pamplonesa” y a las ocho al miedo en Estafeta, colocarse entre los pitones de un bravo sería la ofrenda a Fermín, salir ileso del intento el capote que le echaría el Santo como recompensa. En almuercicos con chistorras, bebiendo tinto o cañas en algún bar del casco viejo brindaría por la vida, compartir alguna mesa con cuadrillas felices de blanco y rojo no sería comer, sino comulgar.
Las alegres peñas le arroparían en sus tradiciones, interminables tertulias después del encierro o de una tarde de toros -donde en sol se canta y en sombra se aplaude- no tendrían precio. Calarían hondo en su ser tantas intensas experiencias, emociones, devociones y así, los abiertos corazones pamploneses anudarían para siempre en su pañuelo rojo la esencia de los Sanfermines: vivir y sentir.
Feliz, perdiéndose entre la gente por Mercaderes juraría volver. Ya faltaba menos.
No tenía más alma de “Guiri”, sino de Pamplonés.
SAN FERMÍN; MI MOTOR.
Marta Lobato Gamboa
No sabía cómo responder a su pregunta. ¿Qué por qué estaba triste sin poder ir San Fermín si voy todos los años?
“Querida nieta; es muy difícil de explicar el porqué un sevillano puede amar tanto unas fiestas del norte pero es tanto lo que esa ciudad me ha dado, que no he faltado ni un año desde que la conozco.
En mi niñez, pasaba el verano en Pamplona con mis padres trabajando para poder sobrevivir. Cada vez que se acercaba la fecha, me ponía nervioso sólo de pensar que iba a vivir otro San Fermín: para mí, era mejor que la noche de Reyes.
Desde que estoy jubilado me tomo estas fiestas como una peregrinación donde encuentro la fuerza necesaria para afrontar el resto del año, donde me curo de mis enfermedades y donde soy más yo que nunca.
Ojalá algún día descubras lo que se siente al llegar: es una ciudad tan acogedora, tan amable y tan solidaria que nada más entrar se te olvidarán todos los problemas. Es increíble el calor de su gente.
Por eso, querida nieta, baila conmigo al ritmo del Riau-Riau porque San Fermín es mi motor, su música mi banda sonora y tú… tú mi vida.”