UN SAN FERMÍN DIFERENTE
Patricia García Macías
El 6 de Julio, como todos los años, me asomé al balcón, vestida de blanco impoluto y con el pañuelo atado a la muñeca, esperando nerviosa a que el reloj de la Plaza del Ayuntamiento, tocara las 12 del mediodia para poder anudarme el pañuelico al cuello durante los 14 días que dura la fiesta.
Pero en este San Fermín del 2020 algo era diferente a los otros. No había gente aglomerada en la Plaza del Ayuntamiento, ni en sus calles aledañas, no se veían grupos de extranjeros, paseando por las calles y mirando todo lo que les rodeaba con los ojos brillosos por el alcohol o por la emoción de conocer las mejores fiestas del mundo. Nada, solo silencio, un silencio tan solo roto por algunos grupos de personas que se resistian a quedarse en casa este día tan señalado. Parecía un día como otro cualquiera del año.
Pero en mi interior tenía ganas de fiesta, unas ganas que también tenían más gente, aquellas que paseaban por las calles y aquellas que tímidamente salían a sus balcones, algunos vestidos de pamplonica, otros no, pero todos, los que realmente querían y amaban a San Fermin y su fiesta, no iban a dejar que un virus venido
HUELLAS
Miguel ángel Moreno Cañizares
Por las calles de esta ciudad te busco y no puedo encontrarte. Me pareció verte en la Estafeta, tratando de protegerte del encierro desbocado de toros y cabestros. Quizá fue una ilusión, un espejismo. Tengo la sensación de llevar meses deambulando por Iruña. ¿Es sólo una sensación? me pregunto.
Hoy ha llovido y la tormenta ha dejado un rastro de huellas que persigo sin saber a dónde me conducirán. Cada paso es un recuerdo. ¡Son tantos! Te recuerdo en mis hombros, brazos en alto, celebrando el chupinazo en la Plaza del Ayuntamiento ese 6 de julio inexistente. Era como portar una sirena de ojos azules y cola escamada de aguas dulces. Tú riendo sin freno, contagiada de alegría entre la multitud.
Te recuerdo lanzando besos al aire que yo trataba de atrapar, pero me era imposible, retenido por el gentío. Ojalá hubiera podido volar hasta la nube donde se depositaban o trepar por la fachada del Consistorio para dedicarte el discurso de quien está enamorado.
El aguacero empapa mi pañuelo rojo.
—Ven, métete bajo mi paraguas —oigo de tu voz.
Dicen que existen lugares donde los recuerdos son verdad. ¿Y si fuera Pamplona uno de ellos?