XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


¡DAVID SE NOS HA VUELTO A PERDER!

Paul Arciniega Benavides

Decía entre risas Laura. Y es que tenía, por así decirlo, “la habilidad” de desvanecerse. Incluso en una distancia minúscula, para luego reincorporarse al grupo, como si nada pasara. A veces al poco rato, otras, varias horas después.

En honor a la verdad, en esta ocasión tenía disculpa. Nosotros también habíamos perdido algo. Concretamente la noción del tiempo (en parte también del espacio) después de varios giros y vueltas en la Plaza del Castillo, intentando acompasarnos al ritmo del Txistu y la Gaita.

Anjali lo llevaba mucho mejor. Tampoco es de extrañar… la idea de ir a los bailables fue suya. Quería disfrutar de todas y cada una de las actividades que dan forma a esta gloriosa celebración. Brevemente había integrado la mayoría de los pasos, pudiendo deleitarse con la música sin mayor preocupación.

Éramos un cuadro. El comienzo de un chiste. Un ecuatoriano (ya pamplonica), unos argentinos, y una indo estadounidense. Compartiendo un curioso sentimiento de estar “en casa”.

Allí mismo nos pillaron los fuegos artificiales. David apareció sonriendo. Nos sentamos a disfrutar de los que conseguían ascender lo suficiente… y mientras brindábamos una frase fraguada en mi mente se abrió paso hasta mi boca para oírseme decir:
«Viva Pamplona, Viva San Fermín» 

LA BUSQUEDA

Rafael Ferrus Iranzo

Era el 8 de Julio, ya estaba en Pamplona. El autobús había llegado puntual a la ciudad. Me recibieron las calles mojadas que olían a monte, pronto llegué al Ayuntamiento. Tenía un objetivo, pero me afectaban las cosas simples, como las palomas que se perdían en los arcos de las calles, o la gente deambular a la espera del encierro, a que saliesen los toros desde los corrales de Santo Domingo. Mi fin era encontrar a Iñaki, mi hijo.
Me apoyé en una de las vallas, y comenzó el follón. Como una gran estampida empezaron a correr los jóvenes, ya se divisaban los toros en manada y voces como colores por todos lados. Se pasó del silencio a la locura.
Mis pupilas trabajaban a enorme velocidad para distinguir a mi hijo. Todos parecían el mismo corredor, alguien me miraba desde la otra valla de enfrente, era Hemingway que fijamente me observaba con su cabeza destrozada por un disparo.
Iñaki ¡¡ grité, al verle.
En un zig-zag imposible se escurrió entre dos toros y fue a parar a la otra acera. Yo salí tras él. El Minotauro me atravesó con sus astas enormes mientras mi hijo se volvió pues alguien le llamaba.Pero siguió corriendo.