LA GAITA CENTENARIA
Manuel Cruz De Landázuri
Atrás quedaban los cánticos en la Plaza Consistorial, los pañuelos alzados en esos segundos de silencio antes del estruendo del chupinazo, las gotas de sangría, su camisa empapada, el agua de los balcones… Un ritual de decenios al que ahora renunciaba para disfrutar de la fiesta desde el otro lado. ¿Por qué habría elegido la gaita? Su padre la tocaba, también su abuelo, así que él era el siguiente eslabón de la cadena. Pero nunca había querido hacerlo en sanfermines.
Hace calor. Allí dentro habían estado más pendientes de los uniformes y los instrumentos que del lanzamiento del petardo. Su abuelo hubiese estado orgulloso de él.
Ha llegado el momento, desfilan lentamente y atraviesan la puerta del Ayuntamiento. Toda la plaza les ovaciona. En ese momento es consciente de que el mundo entero les observa, pero le importa más su padre, que habrá visto el chupinazo en la residencia. Se sitúan en medio abriéndose paso entre pamplonicas alegres, extranjeros y borrachos.
Besa la gaita del abuelo y se prepara. Silencio. La gente alza los brazos y espera. A la de tres, cargan los pulmones, soplan con fuerza, suenan los instrumentos, una multitud expectante descarga su ilusión. Comienza la fiesta.
LAS PALABRAS EN LOS TIEMPOS DEL CORONAVIRUS
Ernesto Maruri álber
Estoy en el hospital como tú, con el maldito coronavirus, en estos tiempos épicos y pasajeros.
Ya salí de la UCI.
No permiten visitas. Me quedan los sanitarios. No solo me cuidan: me envuelven en palabras. Sobre todo, Lola, una auxiliar que me salva con palabras amorosas. No me ama, claro, pero ama hablarme y escucharme: esto me da aire.
Ya no necesito respirador.
He vuelto a hablar por teléfono con los míos, mis queridos míos. No sé qué haría sin sus palabras, sin su voz.
Lola me ha traído una novela: El amor en los tiempos del cólera. La leí con entusiasmo hace unos treinta años. Cuando sostengo el libro ante los ojos, el libro me sostiene ante el horror.
Ya falta menos para volver a casa. Menos para quitarle la corona al virus. Menos para sentirme más viva que antes.
Dicto este texto a Lola. Lo escribe en una libretita azul celeste. Para que te lo dé, aunque no nos conozcamos. Para que me escribas. Para que las palabras nos mantengan a flote, nos respiren. Para que mientras elegimos las palabras para decirnos, nos libremos de dar vueltas al sufrimiento. Para encontrarnos con palabras que no esperábamos, con las que nos rescatamos.