VIVA SELFIMÍN!!!
Daniel Oteiza Iza
No entendía nada. En su devenir por el más allá se encontró vagando por calles donde había gente vestida de blanco, con ropas demasiado ajustadas para su gusto, que chocaban mucho con las suyas: amplio pantalón oscuro, camisa clara debajo de americana negra heredada, y chapelica al uso en la cabeza.
Decidió seguir el camino de la mayoría, y hasta bien entrado en el casco viejo no reconoció su Pamplona natal. Cada vez había más gente y más apreturas. Por grupos, chicos y chicas se agarraban y miraban al brazo de uno o una sonriendo y haciendo gestos con las manos, muchos con botellas, cajas y endebles vasos con bebidas. Una chica le cogió del hombro, alargó el brazo hacia adelante y arriba, llevando en la mano un objeto al que miraba divertida. Luego volvió a su grupo, y todas se pusieron a mirar esa cosa como gallinas que se agrupan en su comedero. Por doquier la misma escena, y una palabra se repetía mucho en el ambiente: ¡¡¡selfi, selfi!!!.
Bajo su anacrónico aspecto, Nicasio Nicuesa relacionó «selfi» con aquel gesto tan repetido. Y empezó a escuchar a la mara apelotonada: ¡¡¡ Selfimín, Selfimín!!!, momentos antes de que un petardo estallara.
MÁS ALLÁ DE ESTAFETA
Alberto Blázquez Bonilla
De repente, todo se apagó. Los gritos se convirtieron en silencio y la luz en oscuridad.
Unas tinieblas que me arropaban sobre el frío empedrado, sabedoras, intuyo, del dolor asfixiante que ardía en mi espalda y mi destino.
Me sentí arrastrar, pero después flotar. La luz venció a la oscuridad y los gritos acallaron el silencio. Volví a sentirme vivo, libre. Ahora recorro Estafeta entre mi gente, hacia delante, siempre hacia delante.
Avistamos al fin nuestro destino. Los míos encuentran su luz tras la oscuridad del callejón. La mía, sin embargo, hace ya rato que me envuelve.