INESPERADAMENTE
Calamanda Nevado Cerro
De la manera que me levanto, decido salir para el encierro en ayunas, vomito la manzanilla que intento beberme. Me acercaré después al café dónde acudo habitualmente, y luego a arreglar el Sonotone. Antes de pensármelo ya tengo los pies en la calle, tuve suerte con el aparcamiento, no quiero llegar tarde al cohete de salida, ni que me esperen.
Aunque no corro me gusta el ambiente que reina. Acabo de oír el canto en honor al Santo y de visualizar a Ramón entre sus amigos, pensaba llamarlo, necesito contárselo pero parece perdido entre la atmósfera del encierro. Apago el móvil y lloro como en el cine. El fogonazo de una bengala me distrae. Mi hijo la sujeta entre el índice y el pulgar. El chisporroteo me hace rememorar y tocarme el oído, finjo entereza, le cojo un taxi y lo mando a casa.
De pronto siento mucho dolor. Estoy sangrando. He manchado el pantalón blanco. Un hombre discreto y educado me mira atentamente, es mi vecino, murmura: parece una hemorragia, tranquilízate Begoña. Me tapa con su chaleco naranja y enciende el motor de la ambulancia. Por el camino me pide un deseo para cuando esté recuperada. No necesito pensarlo; tener este hijo suyo.
BREVE RECUERDO
Natalia Bermejo Martiartu
La abuela no recuerda cómo me llamo. Ni quién soy. Pero recuerda, con mucho cariño, una mañana de San Fermín de hace un millón de años.
«Madre nos levantó muy temprano, aunque ese día padre no trabajaba. Nos vistieron de domingo y mi hermana María y yo estrenamos zapatos. La mañana anterior, en el encierro, un toro había intentado escapar rompiendo el vallado e hiriendo a una vecina. Los padres nos llevaron a pasear a la Plaza del Castillo y nos compraron barquillos. Lo pasamos muy bien, ¿verdad, María?»
Yo le digo que sí, que fue una mañana estupenda y que la quiero mucho. Y la abuela, con los ojillos brillantes, me dice que también me quiere y que deje ya de llorar… Entonces, se le apagan las chispitas de los ojos y vuelve a olvidar, mientras me pregunta sonriendo:
-Hija, ¿tú quién eres?
-Soy tu nieta Natalia, abuela.
-Ah, mi nieta Natalia. – dice sin conocerme.
Y yo lloro, en silencio, mirando sus arrugadas y pequeñitas manos.