XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


HOY NO

Leyda Sinaí Mariscal Arciniega

En el momento que te acercas a la muerte, la vida se siente correr por las venas. Estoy sordo de adrenalina. El mundo se ha convertido en una mancha borrosa que ya no sé si es blanca o roja.
No me atrevo a mirar atrás por el miedo a distraerme un segundo y encontrarme con los cuernos de algún toro que me manden a conocer al abuelo, que juran me cantaba canciones cuando mi madre se hartaba de mí.
Pensándolo bien, no son los cuernos los que me dan miedo, me asusta más terminar bajo las patas de alguno de los animales que van por detrás. ¿Se imaginan una de esas gigantes patas sobre el estómago?
“¡Cuidado!” le escucho gritar a una güera que está frente a mí. El instinto me dice cúbrete la cabeza, es más fácil salvar unas tripas que una memoria perdida. Siento el golpe en mi costilla derecha y mi cuerpo salir volando como si tuviera el peso de un fósforo.
Cuando los toros han pasado, me rio loco de nervios. “¡¿Estás bien?!” me palpo completo. Solo habrá moretones. Sí, no hay más vida que en una posible muerte. Hoy no abuelo.
 

IXA KALEA

Antonio Chuaqui Concha

Quiso llegar al destino acordado, a la hora señalada, y se preparó como nunca para su encuentro con el encierro. Incluso tuvo una corazonada con un año de anticipación y prometió escucharla: visitar a Hemingway camino al encierro. Fermín no durmió esa noche, buscó entre las estrellas aquella que brillara más hasta que, pasada las 3 de la mañana, lo logró. Por fin tuvo la señal y se adentró en la calle X. Casi a la misma hora, Hemingway salió de casa con un libro en la mano, en dirección a su valla favorita, aquella que había encargado especialmente para el encierro. Tomó posesión y mientras esperaba que amaneciera, se puso a leer. A las 8 am en punto comenzó la fiesta y un centenar de toros enormes se deslizó por la calle. Se detuvieron frente a él y tras un silenciador silbido apareció Fermín corriendo, casi con la lengua afuera. Aquí me tienes, maestro. ¡Sabía que vendrías! ¿Qué debo hacer?, preguntó. Hemingway levantó la cabeza, y de su bolsillo sacó un reloj. No corras, le dijo, desde hoy yo me encargo.
Así, recordaría esa mañana como si fuese la primera página de un nuevo libro.